domingo, 12 de junio de 2016

Contra el entusiasmo en política



         Acudimos al 20D inflados de pasión en la creencia de que íbamos a refundar el tiempo. Con una mano combatíamos la corrupción económica y moral, el clientelismo, la patrimonialización del Estado, con la otra abríamos la puerta a las reformas, un nuevo país estaba a nuestro alcance, más justo, más igualitario, mejor administrado, confiábamos en representantes más jóvenes, mejor preparados, menos interesados en su propia promoción.

         Pero el entusiasmo tiene los días contados. Un partido nuevo, un líder, unas ideas atractivas alientan el fervor, pero la gente no puede arder indefinidamente sin consumirse, salvo patología. Al entusiasmo le ha vencido el hastío, la descompresión. ¿Pero no debiera ser ese el ánimo de la política?, ¿el hombre adulto liberado del engañoso idealismo adolescente no debería participar en política como en un negocio donde sopesar con frialdad las distintas alternativas, escogiendo la menos arriesgada, la que asegure el menor mal? Queda, pues, la razón fría, desapasionada. Por tanto, el 26J es el momento de la sensatez. Claro que no para todos, el carácter resabiado, el hombre visceral no puede sofocar su instinto. A ese hombre no se le puede ayudar, de lo que se trata es de que los hombres razonables seamos más que los resentidos. ¿No debería aterrarnos dejar los asuntos públicos en manos de gente entusiástamente adolescente, cursi (“La sonrisa de un país”), obscena (“Nuestra riqueza es su pobreza”), vacía (El programa político como catálogo de Ikea) y violenta?

         Sobre esos falsos adultos, eternamente adolescentes, que tienen puestas todas sus ilusiones en Posemos:
         “Lo que sucedía a las ilusiones humanas era más bien que se desmoronaban, se marchitaban. Era un proceso largo y tedioso, como un dolor de muelas que llega al fondo del alma. Pero arranas un diente y desaparece. Las ilusiones, sin embargo, incluso cuando han muerto siguen pudriéndose y apestando en nuestro interior. No podemos evitar su sabor y olor. Las llevamos con nosotros todo el tiempo”. (Julian Barnes en El ruido del tiempo).

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