domingo, 22 de mayo de 2016

Ver



         La mañana era propicia. Las nubes cubrían la ciudad, el sol pugnaba por sortearlas pero apenas tenía fuerza. El café me había animado. Estaba dispuesto a ser invadido. Me sucede en las mañanas de los domingos, cuando la ciudad está a medio habitar, cuando la agitación cede paso a los forasteros que se dejan llevar. Acudí a la exposición incitado por el cartel que la anunciaba, una mancha uniforme de color hendida por ligeras líneas al carbón. El ascensor me puso en la primera planta, iluminada por luz natural y por discretas luces artificiales. Una atmósfera agradable que invita a pasear sin prisa y con un punto de delectación. También allí había forasteros, parejas que se fotografiaban, chicas que pasaban veloces ante las pinturas o que miraban a través de los cristales biselados las agujas de la catedral. Miré los cuadros queriendo que me atrapasen, primero en una ronda rápida, luego demorándome. ¿Me gustaban o no me gustaban? No me decidía. La masa de color pastel sobre el lienzo era agradable, las líneas negras que los cruzaban rompían, aunque levemente, una armonía fácil, unos tonos de color demasiado agradables. Apenas había títulos. La única información que acompañaba a las composiciones era: Técnica mixta sobre lienzo. Subí al segundo piso. Fotografié algunos de los cuadros. Desde la arcada abierta podía ver lo que sucedía en el piso de abajo: los curiosos paseantes, el conjunto pastel de las pinturas, el pintor, supuse, sentado en un banco de piedra adosado a una de las ventanas. Consultaba el móvil, movía los dedos en la pantalla. Técnica mixta. Pensé que podría preguntarle, que, como en otras ocasiones, el autor podría rendirme ante su obra. Pero lo descarté. El aspecto físico, la fisionomía, es esencial para que una persona nos atraiga. En ello no está implicada, necesariamente, la belleza. Hay mujeres hermosísimas cuyo encanto se quiebra en la primera frase. Y hay personas adustas, incluso feas, a las que nos entregamos muy a gusto. Este hombre no me atraía. Intuía repulsión, la incomodidad de verme ante sus ojos cuando me explicase en qué consistía la técnica mixta. Eso no me sucede cuando contemplo una obra maestra en el Museo del Prado. Nunca voy a tener la oportunidad de preguntar a Annibale Carracci, a Luis Meléndez o a van Ruysdael. Su obra ya no les pertenece, ha pasado la prueba, habla por sí misma. Aún así bajé a la primera planta, seguí fotografiando hasta que el amable vigilante me lo prohibió. Miré en dirección al artista ensimismado en su móvil, su corpulencia, la ropa que le abrigaba, las gafas ligeramente caídas. Mientras el artista está vivo su obra es inseparable de su sensibilidad cambiante y de cómo la expresa. Como en la relación con las personas, también el arte requiere que quien lo contempla esté dispuesto a ser penetrado. Por eso el arte está tan cerca del amor.

No hay comentarios: