miércoles, 11 de mayo de 2016

Otra vez Primavera con una esquina rota, de Benedeti


         Hay aspectos de Primavera con una esquina rota que en esta nueva lectura me llaman la atención. Uno es el humus nutricio del que Mario Benedetti se alimenta: la referencia a la patria común cubana, a los amigos del Este, sin nunca mencionar sus temibles carencias, a la vida del exiliado que ha de abandonar el país latinoamericano para, en muchos casos, llevar una vida, y hasta una muerte, solitaria, realidades que más que conectar con el esfuerzo por mejorar el bienestar de los hombres y mujeres parecen dar cuenta de la pertenencia a una iglesia con un ideal, un contexto ideológico del que el autor no puede salir como los peces no pueden salir del agua. Luego, la gran desenvoltura de Benedetti en el manejo de la lengua: registros distintos para cada personaje, el monólogo interior, el diálogo, las cartas, las descripciones, las reflexiones, las largas parrafadas en verso libre, en especial los juegos de palabras con los que se entretiene cuando el personaje que leemos es Beatriz, de nueve años, la hija de Santiago, el preso político que va a salir de la cárcel, y de Graciela, la madre que no puede esperar, la nieta de Rafael, que teme el momento en que todos se encuentren en el aeropuerto. Y en tercer lugar, y lo que realmente ahora me gustaría comentar con más detalle, el dilema que podía haber trabajado la novela, un dilema fuerte entre deseo y deber, que no se plantea nunca o muy de pasada, pues toma su lugar otro más débil: si Graciela debe o no escribirle a Santiago que ha dejado de quererle y que se ha liado con su mejor amigo, Rolando. Es decir, y ahí reside la principal debilidad de la novela, lo que podía haberse jugado en el terreno del drama se juega en el de los sentimientos. Los personajes viven con el corazón en un puño la salida de Santiago de la cárcel. Los problemas de conciencia de Graciela tienen que ver con la sinceridad con respecto a su marido no con el pacto vital con él establecido y sobre si la ruptura tiene alguna consecuencia moral.

         En realidad ocurre que Mario Benedetti, como todos nosotros, era hijo de su época y así como las ideas de izquierda pesaban más (también aquí sirve la metáfora del agua y los peces y la ideología como medio envolvente), sobre todo en los años en que fue escrita, todo el mundo las tenía, incluso los ricos avergonzados de serlo, aunque nunca soltaban la pasta, también las adoptaban, el deseo era y es valorado, en general, muy por encima del deber, la lealtad o la fidelidad, sin otro fundamento que el aire, la atmósfera de la época y no por una justificación práctica o teórica que valide su superioridad, bien al contrario, es posible que pronto vuelvan a priorizarse esos otros valores, lealtad, fidelidad, compromiso, por encima del deseo que tiene el tiempo contado a la hora de producir felicidad o bienestar. La novela de Benedetti es un ejemplo entre miles de un tiempo en el que al deseo se le perdona todo y todo se le niega al deber, extremo adonde llega el péndulo de una época antitética a la de Ernst Junger que el otro día comentaba. La historia es un ir y venir.

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