miércoles, 4 de mayo de 2016

La inutilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine


         A veces para llamar la atención sobre un tema, para hacerlo relevante, se extrema la opinión, se exageran las virtudes de lo que se defiende y se menosprecian las que se combate hasta la caricatura. Eso es lo que hace Nuccio Ordie con el recopilatorio de citas que es su libro, La inutilidad de lo inútil, un succès d’estime desde su publicación.

         Para tener una vida moderadamente feliz habría que dedicarse a las cosas inútiles y despreciar las utilidades a las que el modo de vida que llevamos nos ha acostumbrado. Así, el autor propone volver a los clásicos como paradigma de la civilización, en Grecia y Roma estaría el modelo para una vida desestresada que atiende a lo verdaderamente importante, al sosiego, la templanza, el desprendimiento, el amor desinteresado opuesto a la posesión. “Debe rebasarse necesariamente la corteza para descubrir, tras la apariencia, la verdadera esencia de las cosas”.

         N O busca en sus autores favoritos, en primer lugar, la condena de la utilidad:

Ionesco: El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil.

Psudo-Longinos: “La avaricia es, ciertamente, un mal que envilece”.

Bataille: “El capitalismo no tiene nada que ver con el deseo de mejorar la condición humana. Sólo a primera vista parece tener por objeto la mejora del nivel de vida, pero se trata de una perspectiva engañosa. De hecho, la producción industrial moderna eleva el nivel medio sin atenuar la desigualdad de las clases y, en definitiva, sólo palía el malestar social por casualidad”.

Montaigne: “Así, lector, soy yo mismo la materia de mi libro: no es razonable que emplees tu tiempo en un asunto tan frívolo y tan vano”.

Gautier: “El rincón más útil de una casa son las letrinas”. “En general, tan pronto como una cosa se vuelve útil deja de ser bella”.

Baudelaire: “El comercio es, por su esencia, satánico. La mente de todo comerciante está totalmente viciada. El comercio es natural; por consiguiente es infame. Para el comerciante, la honradez constituye una lucrativa especulación. El comercio es satánico, porque es una de las fuerzas del egoísmo, y la más baja y la más vil”.

         En cambio para desacreditar la opinión contraria cita posiciones también extremas, irónicas o pintorescas:

Locke: “Raras veces se habrá visto que se descubran minas de oro y plata sobre el monte Parnaso. El aire es allí agradable, pero el suelo es estéril; hay pocos ejemplos de gentes que hayan aumentado su patrimonio con lo que puedan haber cosechado allí”.

         “Quizá no haya nada más ridículo que ver a un padre gastar su dinero, y el tiempo de su hijo, para hacerle aprender la lengua de los romanos cuando le destina al comercio o a una profesión en la que no se hace ningún uso del latín; no puede dejar de olvidar lo poco que ha aprendido en el colegio, y que nueve veces, de diez, le inspiró repugnancia a causa de los malos ratos que le ha valido este estudio”.

Tocqueville: “En Estados Unidos, “no hay casi nadie que se dedique a la parte esencialmente teórica y abstracta de los conocimientos humanos, mostrando, en esto la exageración de una tendencia que, creo yo, ha de hallarse, aunque en menor grado, en todos los pueblos democráticos”.

         Nuestra sociedad habría perdido la esencia de lo que debe ser considerado como civilización. La supremacía del tener (y aparentar)  se ha impuesto sobre el ser. “Así, las apariencias exteriores pueden ser menos de lo que son: el mundo siempre se engaña con el ornamento”. (Shakespeare en El mercader de Venecia). Es un error, cuando “No valoramos a los hombres por lo que son sino por los hábitos que visten y los ornamentos con los que se atavían. (Séneca).

         ¿Cómo enfrentarnos a esa sociedad materialista que ha puesto en el altar la mercancía? Esto es lo que propone N O: despreocuparse de la utilidad, volver a la gratuidad y desinterés con que cultivaron las artes los artistas del pasado, movidos por una inútil curiositas, como antídoto contra la barbarie de ahí fuera, leer a los clásicos. Aunque, en una de sus muchas contradicciones, N O recoge una cita de George Steiner que nos advierte de que: “la elevada cultura y el decoro ilustrado no ofrecieron ninguna protección contra la barbarie del totalitarismo”. Así que mejor seguir la recomendación de Italo Calvino: “Los clásicos mismos no se leen porque deban servir para algo: se leen tan sólo por el gusto de leerlos”. Desprenderse de las posesiones, porque “Es el gozar no el poseer lo que nos hace felices, la posesión mata. “Poseer quiere decir matar “ (Rilke). Y, en fin, una actitud desprendida hacia lo que amamos: “No confundas el amor con el delirio de la posesión, que aporta los peores sufrimientos” (Saint-Exupéry). “La posesión y el beneficio matan, mientras que la búsqueda, desligada de cualquier utilitarismo puede hacer a la humanidad mas libre, mas tolerante y más humana”.

         En esta visión utópica de un mundo que desprecia las tareas útiles, se aprecian las contradicciones en el autor. Aboga con Hipócrates por que la trasmisión de conocimientos se haga sin coste, que quienes los poseen no cobren por difundirlos. Si siguiésemos el consejo, deberíamos dejar que como en el mundo clásico la cultura estuviese en manos de los aristócratas, de aquellos que por tener la vida asegurada pueden permitirse el lujo de dedicarse a las cosas inútiles, que de lo útil ya se ocupaban los esclavos. Cómo podrían los humildes, los que han de ganarse el sustento, dedicarse a esas tareas. La visión de N O, por otro lado, es la de una cultura estática que encuentra los valores en el pasado, añora la autoridad de los sabios antiguos, una forma de enseñar y aprender libresca, sin dar mucho crédito a la experiencia y el trabajo colectivo en que se funda el conocimiento moderno.


         El libro nos ofrece la visión de un filólogo, Nuccio Ordine es profesor de literatura en Calabria, acostumbrado a los libros, a su exégesis y comentario. Es hasta cierto punto natural que valore su campo, las excavaciones arqueológicas, los archivos, las bibliotecas, pero no tanto que desprecie el esfuerzo de la ciencia y de la técnica por mejorar la vida material del hombre, por acabar con la pobreza y extender el tiempo de ocio dedicado a la inutilidad entre la mayor parte de gente posible, no sólo de los occidentales.

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