A veces para llamar la atención sobre un tema, para hacerlo
relevante, se extrema la opinión, se exageran las virtudes de lo que se
defiende y se menosprecian las que se combate hasta la caricatura. Eso es lo que
hace Nuccio Ordie con el recopilatorio de citas que es su libro, La
inutilidad de lo inútil, un succès d’estime desde su publicación.
Para tener una vida moderadamente feliz habría que dedicarse
a las cosas inútiles y despreciar las utilidades a las que el modo de vida que
llevamos nos ha acostumbrado. Así, el autor propone volver a los clásicos como
paradigma de la civilización, en Grecia y Roma estaría el modelo para una vida
desestresada que atiende a lo verdaderamente importante, al sosiego, la templanza,
el desprendimiento, el amor desinteresado opuesto a la posesión. “Debe
rebasarse necesariamente la corteza para descubrir, tras la apariencia, la
verdadera esencia de las cosas”.
N O busca en sus autores favoritos, en primer lugar, la
condena de la utilidad:
Ionesco: El hombre moderno, universal, es el hombre
apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo
pueda no ser útil.
Psudo-Longinos: “La avaricia es, ciertamente, un mal que envilece”.
Bataille: “El capitalismo no tiene nada que ver con el
deseo de mejorar la condición humana. Sólo a primera vista parece tener por
objeto la mejora del nivel de vida, pero se trata de una perspectiva engañosa.
De hecho, la producción industrial moderna eleva el nivel medio sin atenuar la
desigualdad de las clases y, en definitiva, sólo palía el malestar social por
casualidad”.
Montaigne: “Así, lector, soy yo mismo la materia de mi
libro: no es razonable que emplees tu tiempo en un asunto tan frívolo y tan
vano”.
Gautier: “El rincón más útil de una casa son las
letrinas”. “En general, tan pronto como una cosa se vuelve útil deja de ser
bella”.
Baudelaire: “El comercio es, por su esencia, satánico. La
mente de todo comerciante está totalmente viciada. El comercio es natural; por
consiguiente es infame. Para el comerciante, la honradez constituye una
lucrativa especulación. El comercio es satánico, porque es una de las fuerzas
del egoísmo, y la más baja y la más vil”.
En cambio para desacreditar la opinión contraria cita posiciones
también extremas, irónicas o pintorescas:
Locke: “Raras veces se habrá visto que se descubran
minas de oro y plata sobre el monte Parnaso. El aire es allí agradable, pero el
suelo es estéril; hay pocos ejemplos de gentes que hayan aumentado su patrimonio
con lo que puedan haber cosechado allí”.
“Quizá no haya nada más ridículo que ver a un padre gastar
su dinero, y el tiempo de su hijo, para hacerle aprender la lengua de los
romanos cuando le destina al comercio o a una profesión en la que no se hace
ningún uso del latín; no puede dejar de olvidar lo poco que ha aprendido en el
colegio, y que nueve veces, de diez, le inspiró repugnancia a causa de los
malos ratos que le ha valido este estudio”.
Tocqueville: “En Estados Unidos, “no hay casi nadie que se
dedique a la parte esencialmente teórica y abstracta de los conocimientos
humanos, mostrando, en esto la exageración de una tendencia que, creo yo, ha de
hallarse, aunque en menor grado, en todos los pueblos democráticos”.
Nuestra sociedad habría perdido la esencia de lo que debe
ser considerado como civilización. La supremacía del tener (y aparentar) se ha impuesto sobre el ser. “Así, las
apariencias exteriores pueden ser menos de lo que son: el mundo siempre se
engaña con el ornamento”. (Shakespeare en El mercader de Venecia).
Es un error, cuando “No valoramos a los hombres por lo que son sino por los
hábitos que visten y los ornamentos con los que se atavían. (Séneca).
¿Cómo enfrentarnos a esa sociedad materialista que ha puesto
en el altar la mercancía? Esto es lo que propone N O: despreocuparse de la
utilidad, volver a la gratuidad y desinterés con que cultivaron las artes los
artistas del pasado, movidos por una inútil curiositas, como antídoto
contra la barbarie de ahí fuera, leer a los clásicos. Aunque, en una de sus
muchas contradicciones, N O recoge una cita de George Steiner que nos
advierte de que: “la elevada cultura y el decoro ilustrado no ofrecieron
ninguna protección contra la barbarie del totalitarismo”. Así que mejor
seguir la recomendación de Italo Calvino: “Los clásicos mismos no se leen
porque deban servir para algo: se leen tan sólo por el gusto de leerlos”.
Desprenderse de las posesiones, porque “Es el gozar no el poseer lo que nos
hace felices”, la posesión mata. “Poseer quiere decir matar “
(Rilke). Y, en fin, una actitud desprendida hacia lo que amamos: “No
confundas el amor con el delirio de la posesión, que aporta los peores
sufrimientos” (Saint-Exupéry). “La posesión y el beneficio
matan, mientras que la búsqueda, desligada de cualquier utilitarismo puede
hacer a la humanidad mas libre, mas tolerante y más humana”.
En esta visión utópica de un mundo que desprecia las tareas
útiles, se aprecian las contradicciones en el autor. Aboga con Hipócrates por que
la trasmisión de conocimientos se haga sin coste, que quienes los poseen no cobren
por difundirlos. Si siguiésemos el consejo, deberíamos dejar que como en el
mundo clásico la cultura estuviese en manos de los aristócratas, de aquellos
que por tener la vida asegurada pueden permitirse el lujo de dedicarse a las
cosas inútiles, que de lo útil ya se ocupaban los esclavos. Cómo podrían los
humildes, los que han de ganarse el sustento, dedicarse a esas tareas. La
visión de N O, por otro lado, es la de una cultura estática que encuentra los
valores en el pasado, añora la autoridad de los sabios antiguos, una forma de
enseñar y aprender libresca, sin dar mucho crédito a la experiencia y el
trabajo colectivo en que se funda el conocimiento moderno.
El libro nos ofrece la visión de un filólogo, Nuccio Ordine
es profesor de literatura en Calabria, acostumbrado a los libros, a su exégesis
y comentario. Es hasta cierto punto natural que valore su campo, las excavaciones
arqueológicas, los archivos, las bibliotecas, pero no tanto que desprecie el
esfuerzo de la ciencia y de la técnica por mejorar la vida material del hombre,
por acabar con la pobreza y extender el tiempo de ocio dedicado a la inutilidad
entre la mayor parte de gente posible, no sólo de los occidentales.
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