martes, 3 de mayo de 2016

Advenimientos



         Hubo un tiempo en que los libros eran tan valiosos que la gente los llevaba consigo, como acompañados por el mejor amigo. Esa impresión la tengo hoy viajando con los Advenimientos de José Jiménez Lozano. Ahora se publican muchos, pero la mayoría  no merece el recogimiento que exigen. Hasta la peor historia requiere una atención tan grande como para que el lector aparte los ojos de las cosas y se ensimisme. No me pasa con JJL. Al tener su libro la forma de los apuntes de un dietario, lo que me pide tras la lectura de cada entrada es mirar a través de la ventana el despliegue de la primavera en su esplendor. Las citas que el autor aporta en sus lecturas, los comentarios, las reflexiones sobre la realidad, que en general le disgusta, que parten de puntillosos detalles que observa mirando a los hombres, a la ciudad o al campo tienen su continuidad en la sucesión de verdes que se alternan con la reciente novedad del amarillo de la colza, en la fronda de las arboledas que acaban de recuperar las hojas, en los montes rocosos que van tiñendo sus faldas de las distintas tonalidades del más claro al más oscuro de los verdes hasta el azul de las cimas más lejanas, coronadas o no por capas de nubes blancas, al paso por Navarra, La Rioja o Castilla.

         Sé que una parte de lo que escribe JJL viene de la añoranza de un mundo que se pierde, el de una generación a punto de extinguirse, también de su propia juventud que no volverá, pero queda un fondo de verdad que la experiencia ha acumulado y que teme que el viento ingrato se lleve. Cada uno de nosotros está atado a la contingencia de su tiempo, sólo los sabios saben distinguir lo perdurable, pero cómo escapar de la cárcel del tiempo. Las torres de las iglesias que aún se elevan con seguridad por encima del cambiante paisaje y de los hombres inquietos y apresurados daban a los lugareños de antaño la sensación de permanencia, los anclaban en el tiempo y en la vida, su verticalidad imperturbable les obligaba a elevar la mirada del mundo horizontal en el que vivían. Uno se imagina la catástrofe que debía suponer para aquellos hombres un terremoto o un incendio que las echara abajo. Nunca se tiene esa impresión con el mazacote de muchas plantas cuando se vuelve a la ciudad.

No hay comentarios: