En La bruja, una familia de puritanos, expulsada de
la colonia por su rigor religioso, se refugia en la linde del bosque. El padre,
tan exigente espiritualmente como inhábil para atender a las necesidades
materiales de sus cinco hijos, lleva a la familia al borde de la extinción. El
extremismo religioso, alimentado por la austeridad material, crea figuras deformes,
monstruosas.
En Un hombre perfecto, un joven escritor, incapaz de
producir una obra valiosa, topa por casualidad con el cuaderno de un antiguo
soldado de la guerra de Argelia que acaba de fallecer. Se lo apropia y lo
convierte en una novela de éxito. Pero tan pronto como alcanza la cima –se casa
con una mujer tan inteligente como rica, hija de la alta burguesía- comienza a
desmoronarse: un conocido del soldado muerto lo chantajea, la editorial lo
apremia para que una segunda novela justifique los generosos anticipos.
La islandesa Fúsi está contada al modo minimalista
del actual cine nórdico, palabras justas, elusión de adornos, sin subrayados,
con un lenguaje que linda la poesía.
En la americana La bruja, los referentes también son
nórdicos, más antiguos, Dreyer en particular, imitando el depurado lenguaje
cargado de simbolismo, con fríos y depurados escenarios hasta la abstracción, los
paisajes donde se mueven los personajes, filtrando el color de modo que parece
que esté rodado en blanco y negro.
En Un hombre perfecto el montaje es más convencional,
buscando un clasicismo no austero. Aquí el modelo es Hitchcock, con
primerísimos planes de objetos significativos y personajes llevados a
callejones sin salida que ponen al espectador con el alma en vilo.
En Fúsi las palabras apenas cuentan, el director
prefiere filmar paisajes, gente, movimiento. Es la suma de todo lo que va
creando la atmósfera poética en la que Fúsi, el protagonista, parece abandonar
la pena por una posible redención.
En La Bruja, los diálogos, sacados literalmente de
los textos de una época que creía en la realidad de las brujas y en su dominio
sobre los hombres, son los que determinan la evolución hacia el desastre.
En Un hombre perfecto el juego de las palabras, la
literatura, es el mcguffin de que se vale el director para construir una
historia de suspense.
Tres buenas películas, pues, la primera nos abduce hacia la
compasión, acompañando a Fúsi en el camino de la pena al calor del encuentro
emocional. La segunda nos enfría hasta el horror, recorriendo el camino inverso,
hacia el vaciamiento de humanidad de los personajes. En la francesa disfrutamos
del cine sin más, sabemos que es un artefacto que suspende preocupaciones o
juicios morales, que no tiene que ver con los sucesos del hombre común, cosa
que sí ocurre con las otras dos.

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