miércoles, 25 de mayo de 2016

El alienista, de Joaquín María Machado de Assís


         ¿Qué tenía Machado de Assís antes de comenzar su obra? ¿Un nombre, un personaje, un lugar y un atisbo de historia, acaso el aliento de su escritura? Creo en esta última opción, que el autor tiene una forma de contar, un modo en que la frase respira, que hace que su propio impulso, el impulso del fraseo, vaya atrayendo a su imán nombres y personajes y con ellos el carácter y los sucesos que los animan. Los personajes y los sucesos, más que de las necesidades de la trama, parecen surgir del fluir del texto que es, en realidad, el dueño de la narración, de la construcción de las frases, de su ritmo, de su respiración y así va creciendo el texto y emergiendo la obra, su tronco y ramificaciones, el doctor y la teoría que explica el mal de la locura, los personajes y la gran casa donde remediar sus males.

         Así, por ejemplo, leemos que un personaje acaba de construir una casa suntuosa, que el mobiliario lo ha traído de Hungría y Holanda, que el jardín es una ópera prima de arte y de buen gusto. Enseguida el texto nos provee un nombre, Mateus, un oficio, albardero, una pasión, la casa: a medida que la lectura avanza vamos sabiendo que se acuesta cada día durante una hora en el jardín para admirarla o durante dos, por la tarde, se acoda en una de sus ventanas para que los vecinos lo vean junto a ella. Vemos que a los personajes surgidos de la nada el texto les forja un carácter, una particularidad que al doctor le sirve para señalar su destino, la Casa Verde. Así sucede con un tan generoso como inconsciente Costa que dilapida su gran herencia convirtiéndola en préstamos sin usura, con Evarista, la esposa del protagonista, mal compuesta de facciones pero cuya salud le hace apta para tener hijos robustos, con Martím Brito que piropea con excesiva pompa a la esposa del doctor, con el padre Lopes o con el boticario, Crispín Soares, que una vez incorporados al relato adquieren una función que antes no existía, una función en el relato pero también en el mapa de la enfermedad mental que teje el doctor Simâo Bacamarte, adjudicando a cada habitante de Itaguaí y alrededores un motivo para acogerlos en la Casa Verde, la casa de locos que se hace construir, con cincuenta ventanas pintadas de verde en cada uno de sus lados, para poner en práctica sucesivas teorías sobre los desarreglos de la mente primero y sobre lo nocivo de un ajustado equilibrio racional, después. Dos relatos pues, el que el texto genera y el que la mente del doctor trama, que se superponen y cobran sentido en el fluir conjunto de la narración. Como por ensalmo surge un nombre y tras él una biografía o bien un predicado, una cualidad o un don que requieren un nombre, un sujeto que les encarne. Un predicado, una cualidad que singulariza a los personajes en la mente del lector y que a la vez les lleva a la Casa Verde, la manía suntuaria –vestir con lujo- en Evarista, la tibieza en la decisión en el boticario, la ambición de gobierno que brota en el barbero Porfirio, en la primera etapa de la teoría o bien, en la segunda, la moderación en los moderados, la tolerancia en los tolerantes, la sagacidad, la lealtad, la magnanimidad cualquiera actitud es buen motivo para ser considerado un alienado en la mente del doctor Simâo Bacamarte.



         Junto con el fluir orgánico de la narración, en Machado de Assís, la otra cualidad es la fina sátira sobre las convenciones humanas y las instituciones sociales y políticas, sobre el matrimonio y la riqueza, sobre la amistad y el orden social, sobre el poder y la ambición que lo rodea, tan viva, tan inmediata que es imposible no reír, incluso a mandíbula batiente pues en sus burlas reconocemos el mundo que con sus muchos dedos anima nuestros movimientos. Machado de Assís es el Kafka de la sátira, un Kafka antes de tiempo, pues El alienista es de 1882.

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