¿Qué tenía Machado de Assís antes de comenzar su obra? ¿Un
nombre, un personaje, un lugar y un atisbo de historia, acaso el aliento de su
escritura? Creo en esta última opción, que el autor tiene una
forma de contar, un modo en que la frase respira, que hace que su propio
impulso, el impulso del fraseo, vaya atrayendo a su imán nombres y personajes y
con ellos el carácter y los sucesos que los animan. Los personajes y los
sucesos, más que de las necesidades de la trama, parecen surgir del fluir del
texto que es, en realidad, el dueño de la narración, de la construcción de las
frases, de su ritmo, de su respiración y así va creciendo el texto y emergiendo
la obra, su tronco y ramificaciones, el doctor y la teoría que explica el mal
de la locura, los personajes y la gran casa donde remediar sus males.
Así, por ejemplo, leemos que un personaje acaba de
construir una casa suntuosa, que el mobiliario lo ha traído de Hungría y
Holanda, que el jardín es una ópera prima de arte y de buen gusto. Enseguida el
texto nos provee un nombre, Mateus, un oficio, albardero, una pasión, la casa: a
medida que la lectura avanza vamos sabiendo que se acuesta cada día durante una
hora en el jardín para admirarla o durante dos, por la tarde, se acoda en una
de sus ventanas para que los vecinos lo vean junto a ella. Vemos que a los personajes
surgidos de la nada el texto les forja un carácter, una particularidad que al
doctor le sirve para señalar su destino, la Casa Verde. Así sucede con un tan
generoso como inconsciente Costa que dilapida su gran herencia convirtiéndola
en préstamos sin usura, con Evarista, la esposa del protagonista, mal compuesta
de facciones pero cuya salud le hace apta para tener hijos robustos, con Martím
Brito que piropea con excesiva pompa a la esposa del doctor, con el padre Lopes
o con el boticario, Crispín Soares, que una vez incorporados al relato
adquieren una función que antes no existía, una función en el relato pero
también en el mapa de la enfermedad mental que teje el doctor Simâo Bacamarte,
adjudicando a cada habitante de Itaguaí y alrededores un motivo para acogerlos
en la Casa Verde, la casa de locos que se hace construir, con cincuenta
ventanas pintadas de verde en cada uno de sus lados, para poner en práctica
sucesivas teorías sobre los desarreglos de la mente primero y sobre lo nocivo de
un ajustado equilibrio racional, después. Dos relatos pues, el que el texto
genera y el que la mente del doctor trama, que se superponen y cobran sentido
en el fluir conjunto de la narración. Como por ensalmo surge un nombre y tras
él una biografía o bien un predicado, una cualidad o un don que requieren un
nombre, un sujeto que les encarne. Un predicado, una cualidad que singulariza a
los personajes en la mente del lector y que a la vez les lleva a la Casa Verde,
la manía suntuaria –vestir con lujo- en Evarista, la tibieza en la decisión en
el boticario, la ambición de gobierno que brota en el barbero Porfirio, en la
primera etapa de la teoría o bien, en la segunda, la moderación en los
moderados, la tolerancia en los tolerantes, la sagacidad, la lealtad, la
magnanimidad cualquiera actitud es buen motivo para ser considerado un alienado
en la mente del doctor Simâo Bacamarte.
Junto con el fluir orgánico de la narración, en Machado de
Assís, la otra cualidad es la fina sátira sobre las convenciones humanas y las
instituciones sociales y políticas, sobre el matrimonio y la riqueza, sobre la
amistad y el orden social, sobre el poder y la ambición que lo rodea, tan viva,
tan inmediata que es imposible no reír, incluso a mandíbula batiente pues en
sus burlas reconocemos el mundo que con sus muchos dedos anima nuestros movimientos.
Machado de Assís es el Kafka de la sátira, un Kafka antes de tiempo, pues El
alienista es de 1882.
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