He oscurecido el
sol del mediodía, convocado
vientos sediciosos
y alzado guerras clamorosas
entre el verde
océano y la bóveda de azur;
he dado fuego al
estruendo atroz del trueno
y partido el
robusto roble de júpiter
con su propio rayo;
he hecho estremecerse
peñascos de firmes
bases y arrancado de raíz
cedros y pinos; a
mis órdenes las tumbas
han despertado a
sus durmientes y por la potencia
de mi arte se han
abierto para liberarlos.
Pero aquí y ahora
abjuro de esta magia tosca
(Próspero, La
tempestad, Shakespeare)
El instinto
de poder es un componente necesario de la política, sin él muy pocos se
dedicarían al servicio público, aparte de los que ven en ello la ocasión de
hacerse ricos. Nos escandalizamos con razón de los podridos, de los que
disimulan su avaricia, la pasión por enriquecerse fácilmente, pero no tanto de
los que siguen el mismo camino para satisfacer su pasión, no menos maligna, por el poder. Ni a
unos ni a otros les interesa especialmente gestionar, resolver, mejorar los
problemas de la colectividad si de ello no obtienen réditos. Por eso sorprende
la inquina contra los corruptos pero no un parecido desprecio por los que
quieren el poder a toda costa. Estos meses hemos asistido al baile por el poder,
con distintas estrategias para conseguirlo y distintas artes de seducción para
engatusar a los electores. Con un poco de atención se ve quién ha elaborado más
razonablemente un programa de actuaciones, un conjunto de proyectos de mejora que
al mismo tiempo que le sirven para auparse al poder sirven al bien común y
quien sólo ofrece humo, humo de vistosa apariencia, colores y sonidos que
encandilan a una parte de la concurrencia pero sin nada que ofrecer.
Seguramente si los actores de la política se moviesen en un escenario de tres
paredes conducidos con cierto orden por un director de escena el público podría
juzgar adecuadamente su valía, su fraseo, sus gestos, su vestimenta y deslindar
las palabras juiciosas de las necias. Pero quien les mueve en el espacio sin paredes del plató televisivo son expertos en marketing y comunicación que los envuelven como productos en brillantes celofanes y apariencias que
enmascaran sus reales apetencias.
Próspero,
el protagonista de La tempestad, una de las últimas obras de
Shakespeare, es uno de sus personajes más interesantes. Duque de Milán, es
despojado del poder por su hermano, el usurpador Antonio. Arrojado al mar junto
a su hija Miranda, Próspero sobrevive en una isla en la que aprende magia. Con
sus nuevas artes consigue atraer a la isla a sus enemigos, pero justo entonces,
recuperado su ducado, en lo más alto del poder, cuando se espera que comience
su venganza, Próspero decide no hacer nada. La tempestad es una obra que
trata no ya sobre la posesión del poder absoluto, sino sobre la renuncia al
mismo (Stephen Greenblatt en El espejo de un hombre). Próspero renuncia a lo que le ha hecho
poderoso, los libros, la magia, el poder y se desentiende de sus enemigos, se
olvida de someterlos a su voluntad, de manipularlos a ellos y al mundo sobre el
que domina. Vemos la crudeza de los políticos en su ascenso, los insultos, el
desprecio, las amenazas, el juego sucio. Algunos cuando están arriba disimulan
su contento y enmascaran el poder, otros, por el contrario se rodean de boato y
de una corte de aduladores, pero a todos les cuesta soltarlo, volver a ser
hombres comunes y como tales aprender a despedirse del mundo como hace Próspero:
Uno de cada tres pensamientos lo dedicaré a la tumba.
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