Hay horas muertas, y días, y semanas muertas. Somos derrochadores
de tiempo, la preciada prenda que se nos arrebatará. El cielo es un toldo gris
y el sol un óculo turbio. Debajo, el mar y la brisa se juntan en una pradera
esmeralda. Un velero de dos palos y casco de galeón cruza la bahía, su lentitud
aleja el horizonte. Una belleza impropia de este lugar. Mira al frente, pon a
tu espalda a los súbditos voluntarios, ¿de quién?, ni ellos lo saben.
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