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“Einstein creía que esas descripciones científicas no
pueden satisfacer nuestras necesidades humanas, que hay algo esencial en el
‘ahora’ que queda inevitablemente fuera de los dominios de la ciencia”. (Memorias, Rudolf Carnap)
Afrontar una vida sin qué produce vértigo, el vértigo de la
finitud. Pero, por otro lado, gozamos del placer de la conciencia, un don que
la naturaleza nos ha dado, que la naturaleza se ha dado a sí misma para
comprenderse. Criaturas, como todas las demás, nacidas para morir, pero como
ninguna otra con conciencia del gozo de vivir. Muchos necesitan muletas para caminar
por la línea de alambre, asegurados contra las caídas, otros, unos pocos a lo
largo de la historia, cada vez más, viven sin más o se asoman al placer del
precipicio. Frases que quedan bien en un texto, descarnadas, pero ¿qué hay del día a
día, de ese ahora del que hablaba Einstein?
Alister McGrath se ufana de haber sido un pedazo de ateo en
su juventud para de ese modo hinchar el hallazgo del sentido de la vida que manifiesta
haber encontrado después. Pero cuando baja a la arena del ahora, cuando intenta
explicar qué tiene de especial la experiencia cristiana dice cosas que
cualquier hombre podría compartir: la belleza y la dicha; el cuidado de los
marginados sociales y los desfavorecidos; el asombro, la esperanza. Como ve que
se queda corto, anuncia: hay realidades demasiado grandes para la razón, realidades que se asoman al misterio. La fe proporciona respuesta a las
“preguntas fundamentales” a las que es imposible responder por vía científica.
Nos protege del vacío existencial. Proporciona “consuelo metafísico”.
Bien, son reflexiones para caminar por un bosque tomado por la niebla.
Al final, McGrath deja de lado los enunciados metafísicos y se conforma con mucho menos que eso, algo que le sirve para el ahora, una frase que repite varias veces a lo largo del libro, que no es de él, sino de C.S Lewis:
“Creo en el cristianismo como creo que el sol ha salido, no porque puedo verlo,
sino porque, gracias a él, veo todo lo demás”. El cristianismo da coherencia a
la realidad, ofrece una imagen de conjunto, proporciona una trama de sentido,
una fe en la interconexión de todas las cosas. Es decir, un acto de fe, el sentido es un acto de fe. Para
llegar ahí no hacía falta componer un libro con tanta cita.
La cuestión queda pendiente: el ahora. Nada nos prepara, no la ciencia, tampoco la religión, ni la experiencia sirve, pero es lo que hay, hombres con conciencia, cada cual braceando por su cuenta.
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