Que ésta sea una ciudad suspendida tiene sus ventajas,
preserva mejor la belleza, aunque pueda parecer una belleza sola, fané y descangayada,
como dice el tango.
Hay ciudades en las que sus habitantes viven colgados en
pilares y bóvedas, en árboles centenarios, y viven bien, reconvirtiendo, si son
ingeniosos, sus vestimentas antiguas en (pases de) modelos de actualidad.
Pienso en ciudades como Toledo, Granada o Salamanca, bellísimas ciudades que
han hecho de sus escenarios antiguos modos de afincarse en el presente. Alguna
otra, más grande, como Barcelona, ha conseguido atraer a sus escenarios
modernistas, sin gran mérito, la verdad, a medio mundo que viene a darse un
baño cool haciéndose fotos delante de los decorados prestigiosos del
pasado, aunque esta está mejor preparada que aquellas para liberar los bolsillos del
turista de sus pesadas monedas. España es todo él un país colgado en el pasado,
aunque de tarde en tarde vive brotes efímeros de modernidad.
Esta ciudad en cambio, hasta ahora, no había sabido entrar
en el circuito del turismo del pasado. Pero está en ello, y a poco que la
crisis decaiga la clase media la tomará al asalto (sus conservadores vecinos no
saben lo que les espera). Está la catedral, el gran icono, el birlibirloque de
Atapuerca y su museo, el ingenioso hallazgo de una gastronomía, la inteligente
peatonalización que ha inventado un casco histórico y, ahora, el maravilloso
espacio, abierto a mentes inquietas, de la nave del Monasterio de San Juan.
Si polivalente no fuera una palabra putrefacta podría explicar sus
posibilidades. Una buena muestra es la actual exposición de escultura local,
esculturas que se revisten de un valor insospechado por el solo hecho de
aparecer en ese recinto. Lástima que tengan que codearse con la pintura viejuna
que se expone en el aledaño claustro del monasterio (por falta de coordinación al
programar). Por pedir algo, a la ciudad le falta un edificio industrial abandonado
en las afueras susceptible de ser reconvertirdo en museo contemporáneo o sede de festival
veraniego o muestra bianual de arte, no al modo de los museítos de Málaga, que albergue un acontecimiento singular, para acabar de atraer a esa
clase ansiosa de sentirse moderna en medio de decorados antiguos.
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