miércoles, 27 de abril de 2016

Sensibilidad



         En la Fundación March, sentados en el suelo, un grupo de niños atiende a su maestra o quizá, mejor, ella les atiende. El arte contemporáneo les envuelve, muchas de las obras son conocidas: Barceló, Hernández Pijoan, Sicilia, Sevilla, Equipo Crónica. Obras cuyo aprecio requiere una constante educación de la sensibilidad.

         El Monasterio de San Francisco, sin embargo, frustra las emociones prometidas. El claustro es grande, bonito, pero es la hora del recreo y los chavales del aledaño colegio privado lo pueblan y desnaturalizan con sus juegos (fútbol en sus galerías, junto a las finas columnas y arcos) y chanzas. La basílica tiene una gran nave pero el barroco de sus altares y retablos satura la sencillez original del gótico.

         En el Palacio March, casi solo, me abandono a la atmósfera del lugar. El palacio es en sí mismo una maravilla, con las mejores vistas que yo conozca de la ciudad. En el interior, cuadros, esculturas, grabados, alfombras, muebles y adornos, y música de Corelli junto al espectacular belén napolitano. Silencio en la planta superior. Aquí el arte es una sensación que penetra el abandono del paseante contemplativo. El conjunto me envuelve en su isla intemporal. El arte moderno y antiguo, distribuido en habitaciones y salas, en el hall y en la capilla, en los salones, muestra el gusto de sus antiguos moradores.


         Me siento delante del obelisco de Ben Jakober, junto a la escalera. ¿Qué hace que la caricia del arte nos toque, que entremos en una dimensión que nos abstrae para abocarnos a un lugar inhabitual? Si la experiencia fuese cotidiana no tendría valor, si nos instaláramos por siempre en la belleza perderíamos el juicio o moriríamos de estremecimiento. Y, sin embargo, cuando la emoción de la belleza nos toca querríamos vivir ahí, aunque sabemos que las puertas de sus templos cierran a hora fija. Cuando el último de sus vigilantes los abandona la belleza de esos objetos muere al instante porque sólo el aprecio de quienes a ella se entregan les da vida, abandonados a su suerte la materia recupera su insignificancia y mortalidad. Pero la belleza no está únicamente en los objetos que hemos preservado del pasado, topamos con ella en los cuerpos que caminan junto a nosotros, en los rostros fugaces, bellezas evanescentes, temporales, cambiantes que podemos atrapar en el instante que se cruzan con nosotros. 

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