miércoles, 27 de abril de 2016

Fin



         Quién de todos estos sabe que mañana va a morir
el que pasea su cuerpo broncíneo
la chica cuya falda descubre piernas blancas
el hombre de la niña en el asiento de la bici
el que vestido de negro habla en el móvil una lengua extraña
las dos enormes mujeres que ríen a pesar de su gordura
el anciano que pasea con las manos trabadas
         y la mujer que le sigue como en una película de Monsieur Hulot

ninguno cree que va a morir mañana
si no no caminarían con tanta parsimonia
como si esta ciudad no fuera un lugar de paso y ellos huéspedes
y la tierra un lugar de vacación donde los días son domingos
y todo está al alcance y nada exige esfuerzo

no lo saben ni creen que vayan a morir mañana
los que se detienen cada dos pasos trabados por una lengua pastosa
no lo saben los solitarios las parejas apretadas y las que se miran
a mil años luz los tríos los hombres con perro o con mochilas
los que van en bici con gorras y sombreros
los latizos los gordos semigordos y muy gordos
los serios los sonrientes y los desesperados
los que desnudan los ojos los que los cierran con gafas de espejo
ese joven negro con camiseta blanca y toda clase de abalorios
a la venta tampoco sabe que va a morir
entre todos no lo saben esas chicas jóvenes de larga melena
que zangolotean con un vaso de café en la mano
como si la impresión que causan a su paso
fuera a durar siempre y les salvara de morir
tampoco el padre que conduce un cuatriciclo cree que va a morir
ni la mujer y los niños que lleva van a morir
acaso ni este inglés de piel enrojecida que tengo al lado
con el bebé dormido y el móvil en la mano lo sabe
que primero él y no mucho después el niño que aprende
a ser su hijo van a morir
que nada tendrá en cuenta la ternura debida

sé que el mar pacifica y el sol calma la fiera que llevamos dentro
pero cada uno de los que aquí pasean debería saber
que mañana es el día señalado y que van a morir
son inútiles los aceites y los jabonosos perfumes
que a su paso renqueante desprenden
solo una hora su cuerpo se mantendrá erguido
mañana en la caja alcanzará de la cera la rigidez y el color

y qué hay de ese hombre que detiene el remo y en su tabla
a las siete en punto de la tarde se pone de rodillas
y con las palmas extendidas hacia el este cumple con el rezo
tampoco para él el tiempo se detiene

sin impaciencia le aguarda la hora en que va a morir

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