Quién de todos estos sabe que mañana va a morir
el que pasea su cuerpo broncíneo
la chica cuya falda descubre
piernas blancas
el hombre de la niña en el
asiento de la bici
el que vestido de negro habla
en el móvil una lengua extraña
las dos enormes mujeres que
ríen a pesar de su gordura
el anciano que pasea con las
manos trabadas
y la mujer que le sigue como en una película de Monsieur
Hulot
ninguno cree que va a morir
mañana
si no no caminarían con tanta
parsimonia
como si esta ciudad no fuera
un lugar de paso y ellos huéspedes
y la tierra un lugar de
vacación donde los días son domingos
y todo está al alcance y nada
exige esfuerzo
no lo saben ni creen que
vayan a morir mañana
los que se detienen cada dos
pasos trabados por una lengua pastosa
no lo saben los solitarios
las parejas apretadas y las que se miran
a mil años luz los tríos los
hombres con perro o con mochilas
los que van en bici con
gorras y sombreros
los latizos los gordos
semigordos y muy gordos
los serios los sonrientes y los
desesperados
los que desnudan los ojos los
que los cierran con gafas de espejo
ese joven negro con camiseta
blanca y toda clase de abalorios
a la venta tampoco sabe que
va a morir
entre todos no lo saben esas
chicas jóvenes de larga melena
que zangolotean con un vaso
de café en la mano
como si la impresión que
causan a su paso
fuera a durar siempre y les
salvara de morir
tampoco el padre que conduce
un cuatriciclo cree que va a morir
ni la mujer y los niños que
lleva van a morir
acaso ni este inglés de piel
enrojecida que tengo al lado
con el bebé dormido y el
móvil en la mano lo sabe
que primero él y no mucho
después el niño que aprende
a ser su hijo van a morir
que nada tendrá en cuenta la
ternura debida
sé que el mar pacifica y el
sol calma la fiera que llevamos dentro
pero cada uno de los que aquí
pasean debería saber
que mañana es el día señalado
y que van a morir
son inútiles los aceites y
los jabonosos perfumes
que a su paso renqueante
desprenden
solo una hora su cuerpo se
mantendrá erguido
mañana en la caja alcanzará
de la cera la rigidez y el color
y qué hay de ese hombre que
detiene el remo y en su tabla
a las siete en punto de la
tarde se pone de rodillas
y con las palmas extendidas
hacia el este cumple con el rezo
tampoco para él el tiempo se
detiene
sin impaciencia le aguarda la
hora en que va a morir
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