sábado, 23 de abril de 2016

Sa Calobra




         Hay una zona que se conserva abrupta, pese a la masa humana que cada día mueve la isla: el mar que la rodea. Hablo, claro, de la superficie del mar, no quiero saber cómo estarán sus entrañas. La subida desde el centro de la isla hasta el monasterio del Lluc, a través de la Sierra de Tramuntana es un riesgo del que parece que la autoridad se desentiende. La zigzagueante carretera está llena de cicloturistas, un incesante pelotón discontinuo que avanza por la calzada estrecha y el considerable desnivel entre coches y autocares o superado por ellos. Después se baja a pie de playa, con los mismos riesgos, hasta La Calobra, una abertura que Es Torrent des Pareis ha obrado en la pared rocosa del noroeste insular. El cauce casi seco del torrente bien vale una excursión, muy fotografiable, hacia sus fuentes, donde se encuentra con el Gorg Blau y el Torrent de Lluc. Lo siguiente que hay que hacer es tomar el barco que lleva al Port de Sóller y contemplar los pétreos acantilados, los cortados que caen al mar, muchos de ellos agujereados por su constitución calcárea. En el puerto se toma el tranvía hasta Sóller y desde Sóller se vuelve a Palma en el viejo tren que hace su pintoresco recorrido, entre naranjos, limoneros y olivos, desde 1912. Ambos, tren y tranvía, conservan la maquinaria de cuando se inauguraron. El paisaje merece la pena, como el viaje, eso sí, siendo consciente de formar parte de esa masa humana que se mueve en todas direcciones.

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