Hay una zona que se conserva abrupta, pese a la masa humana
que cada día mueve la isla: el mar que la rodea. Hablo, claro, de la superficie
del mar, no quiero saber cómo estarán sus entrañas. La subida desde el
centro de la isla hasta el monasterio del Lluc, a través de la Sierra de Tramuntana
es un riesgo del que parece que la autoridad se desentiende. La zigzagueante
carretera está llena de cicloturistas, un incesante pelotón discontinuo que
avanza por la calzada estrecha y el considerable desnivel entre coches y
autocares o superado por ellos. Después se baja a pie de playa, con los mismos riesgos, hasta La
Calobra, una abertura que Es Torrent des Pareis ha obrado en la pared
rocosa del noroeste insular. El cauce casi seco del torrente bien vale una
excursión, muy fotografiable, hacia sus fuentes, donde se encuentra con el Gorg
Blau y el Torrent de Lluc. Lo siguiente que hay que hacer es tomar
el barco que lleva al Port de Sóller y contemplar los pétreos acantilados, los
cortados que caen al mar, muchos de ellos agujereados por su constitución
calcárea. En el puerto se toma el tranvía hasta Sóller y desde Sóller se vuelve
a Palma en el viejo tren que hace su pintoresco recorrido, entre naranjos,
limoneros y olivos, desde 1912. Ambos, tren y tranvía, conservan la maquinaria
de cuando se inauguraron. El paisaje merece la pena, como el viaje, eso sí, siendo
consciente de formar parte de esa masa humana que se mueve en todas
direcciones.
sábado, 23 de abril de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario