Hay una
tercera exposición. Me ha costado entrar en ella, porque soy un forastero y
porque he tardado en comprender cuál era su formato. Es un libro de historias
ilustradas y escritas por hombres y, sobre todo, mujeres de esta ciudad. El
libro no está editado pero espero que sus autores no tarden en ponerse a ello
porque es una de las mejores cosas que les puede suceder, a ellos y a la
ciudad. Al entrar en la sala de exposiciones del Teatro Principal, uno repara
primero en los cuadros de formato estirado, verticales, como siempre ha sido el
espíritu de esta ciudad, que sin embargo se fue construyendo sobre la
horizontal del río. Verticalidad que se ha ido desvaneciendo en el aire, horizontal demasiado
alargada para contener tan poca sustancia. Es el libro de parte de sus
pobladores, la de una generación intermedia que se está haciendo preguntas.
Pero cuando se repara en los textos, abundosos, uno queda pronto atrapado por
ellos, textos que se van engarzando como si fuesen escritos por una misma mano, hasta que al final, después del largo recorrido, se vuelve otra vez a las
pinturas para comprender que son las ilustraciones del libro.
Hay textos
descriptivos, deudores de la potencia de la ilustradora, hay breves poemas,
ecos lejanos de otras ciudades y autores, pero no son los que van calando sino aquellos
que cuentan historias, las breves pero intensas historias que ilustran las
pinturas. ¿Qué cuentan? Cuentan la historia de una ciudad suspendida, colgada en un momento intemporal -¿cuánto tiempo lleva viviendo así?-, lo que
sienten sus pobladores, encerrados en una cápsula del tiempo, en una burbuja
inestable que mantienen en el aire las frías brisas que vienen del pasado. Así
lo dicen esos balancines que aparecen en muchas de las ilustraciones de Laura
Esteban.
Es así como
viven los personajes de los cuadros, en espacios transparentes, inmaculados, en
decorados de largas perspectivas, tan irreales como geométricas, tan imaginadas
como abstractas, personajes sin peso, volátiles, en los que el único
sentimiento que palpita es una línea más o menos prolongada de melancolía. No
sé ve quién pueda venir en su auxilio, atrapados como están en ese espacio
bidimensional que habitan, prolongado por el artificio, quién podría venir para
pinchar esa burbuja, quién podría asumir el riesgo de verlos caer sobre el
pavimento como recortables que el viento se llevaría o que el lánguido goteo de sus
lágrimas pudiera convertir en papel mojado.
Tres
magníficas exposiciones que describen el exacto estado de ánimo de esta ciudad.
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