martes, 5 de abril de 2016

Pinturas escritas



            Hay una tercera exposición. Me ha costado entrar en ella, porque soy un forastero y porque he tardado en comprender cuál era su formato. Es un libro de historias ilustradas y escritas por hombres y, sobre todo, mujeres de esta ciudad. El libro no está editado pero espero que sus autores no tarden en ponerse a ello porque es una de las mejores cosas que les puede suceder, a ellos y a la ciudad. Al entrar en la sala de exposiciones del Teatro Principal, uno repara primero en los cuadros de formato estirado, verticales, como siempre ha sido el espíritu de esta ciudad, que sin embargo se fue construyendo sobre la horizontal del río. Verticalidad que se ha ido desvaneciendo en el aire, horizontal demasiado alargada para contener tan poca sustancia. Es el libro de parte de sus pobladores, la de una generación intermedia que se está haciendo preguntas. Pero cuando se repara en los textos, abundosos, uno queda pronto atrapado por ellos, textos que se van engarzando como si fuesen escritos por una misma mano, hasta que al final, después del largo recorrido, se vuelve otra vez a las pinturas para comprender que son las ilustraciones del libro.

            Hay textos descriptivos, deudores de la potencia de la ilustradora, hay breves poemas, ecos lejanos de otras ciudades y autores, pero no son los que van calando sino aquellos que cuentan historias, las breves pero intensas historias que ilustran las pinturas. ¿Qué cuentan? Cuentan la historia de una ciudad suspendida, colgada en un momento intemporal -¿cuánto tiempo lleva viviendo así?-, lo que sienten sus pobladores, encerrados en una cápsula del tiempo, en una burbuja inestable que mantienen en el aire las frías brisas que vienen del pasado. Así lo dicen esos balancines que aparecen en muchas de las ilustraciones de Laura Esteban.

            Es así como viven los personajes de los cuadros, en espacios transparentes, inmaculados, en decorados de largas perspectivas, tan irreales como geométricas, tan imaginadas como abstractas, personajes sin peso, volátiles, en los que el único sentimiento que palpita es una línea más o menos prolongada de melancolía. No sé ve quién pueda venir en su auxilio, atrapados como están en ese espacio bidimensional que habitan, prolongado por el artificio, quién podría venir para pinchar esa burbuja, quién podría asumir el riesgo de verlos caer sobre el pavimento como recortables que el viento se llevaría o que el lánguido goteo de sus lágrimas pudiera convertir en papel mojado.

            Tres magníficas exposiciones que describen el exacto estado de ánimo de esta ciudad.

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