miércoles, 20 de abril de 2016

Deux heures a Valldemossa



         1. El silencio de la cartuja, la soledad de Valdemossa. El amor de George Sand a Frederick Chopin. El amor de George Sand a la isla, el desprecio por sus habitantes, que cobraban demasiado caros los alimentos: les paysans sont aussi malaimables que malhonnêtes (Un hiver à Majorque), campesinos cuyas escasas tierras debían arrebatar a la montaña en forma de pequeños bancales. El invierno de 1838/39 se ha prolongado hasta hoy: cafeterías, souvenirs, la habitación de la cartuja, el breve concierto de 15 minutos. ¿Qué va a buscar la multitud en Valldemossa, qué le atrae? En realidad nada, el aburrimiento que se mueve, miles de turistas desplazándose hacia la nada. Y sin embargo, antes de llegar está el paisaje, los campos roturados, los olivos, los almendros, las casas campesinas en las que Miró se inspiró para sus primeros cuadros, una hermosura de la que la multitud se ausenta.

         ¿Y George Sand? ¿Y Chopin? ¿Es posible que Chopin, tan gravemente enfermo, proclamase: “El más hermoso lugar del mundo”? El silencio de la cartuja, la soledad de Valdemossa. Quizá, como ahora, la felicidad se midiera por la distancia entre el relativo bienestar propio y la desgracia ajena. Como ahora, unos miraban rencorosos hacia arriba, otros compasivos hacia abajo, segregando bilis o jugos placenteros, pocos mirándose a sí mismos. Ni siquiera entonces existía un templo solitario e invisible a la altura de sublimes sentimientos.

         Y el libro, ¿quién lo leyó?, ¿quién lo lee? Yo lo intenté un verano, también La charca del diablo, que alguien me aconsejó, no pude con ninguno de los dos, tan aburridos como pasear esta mañana por Valldemossa. Entonces me sobraron casi todas sus páginas, hoy de las dos horas una me ha sobrado.



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