sábado, 5 de marzo de 2016

Un vasto y desierto paisaje, de Kjell Askildsen


            Es difícil adivinar qué les sucede a esos seres solitarios, que aparecen en los cuentos de Kjell Askildsen, en guerra con el mundo, que dicen algo, las pocas veces que hablan, que contradice lo que piensan, seres esculpidos en basalto, negros, grises, sin apariencia de cisuras, pero terriblemente débiles. Uno imagina conflictos o traumas, oscuros deseos o perversos impulsos, pero basta seguir leyendo o volver atrás en lo leído para dudar por temor a equivocarse. Personajes que, aunque singulares en los desolados paisajes en los que emergen como islotes, azotados por inhóspitos climas, no podemos ver como extraños sino que en ellos palpita nuestra propia extrañeza, el hombre que vemos cuando de soslayo advertimos nuestra figura en un espejo o que nos sorprende con un grito o con la intempestiva frase que dirigimos a la persona que esperaba nuestro afecto o que apartamos de un manotazo cuando vemos emerger una idea sucia o dañina o autodestructiva en nuestra cabeza.


            Son más bien breves estos relatos, pero no tenemos la impresión de que falte nada, tampoco de que sobre, no hay un adjetivo de más, apenas los hay, solo frases que van reconstruyendo, porque no hay mundo que se cree, sino porciones desgajadas del mundo único existente, escenas sacadas de la realidad y colgadas de la pared del salón para contemplarlas brevemente, como una mirada fugaz a ese espejo que nos disgusta. Escenas densas, cortadas como un cuchillo parte un trozo de mantequilla. Eso es lo que son estos relatos, literatura expuesta para ser contemplada, cada uno una obra maestra como la que compone un pintor u ordena un músico.

            Las historias comienzan, más o menos, de esta forma:

            En No soy así, no soy así, el narrador visita a su hermana contra su propia voluntad. Ella se ha roto el fémur y se mueve con muletas. Le pide que le cambie la bombilla fundida de la cocina, pero él se niega diciendo que no puede porque se marea, aun así le promete que al día siguiente volverá.

            En La decisión, un hombre abandona su casa con mala conciencia. No le responde a su mujer cuando le habla. En la calle hace bochorno, busca la acera de la sombra. En la esquina un coche blanco va en una dirección y otro gris en la contraria. Chocan.

            En El estimulante entierro de Johannes, la historia va de un hombre que se ve a sí mismo como solitario, feo e infeliz y enfermo de una enfermedad que no declara. En sus balbuceantes pensamientos todo le sale mal y nadie quiere su compañía, en consecuencia, rehúye a los demás, incluso a su hermano gemelo. Lo único que anhela es que el despertar traiga un día bueno.

            Allí está enterrado el perro. Llega el viento cálido del sudeste, la nieve comienza a derretirse. Jacob abre la trampilla del sótano para que se ventile. Baja. Un fuerte hedor lo invade. El cuerpo de un perro muerto. Al subir, el vecino está mirando desde su ventana. Se lo cuenta a Erna, que en el salón está mirando la tele. “Llama a la policía”, dice ella. “¿Cómo que llame a la policía?”. “Eso te digo”. “Callate”.

            Un clavo en el cerezo. Acaban de enterrar al padre. La madre llorando, dice que no lo puede soportar. “No aguanto más, Nicolay”. Sam, hermano del narrador, le dice: “Gente adulta escribiendo poesía. Jamás lo comprenderé”.

            El comodín. Dos personajes. Lucy y Joaquim. Lucy juega al solitario. Él mira afuera, la suave lluvia y el silencio: “Se te viene encima un gran vacío, es como si la misma falta de sentido de la existencia se te metiera dentro y se extendiera como un inmenso y desnudo paisaje”. Joaquim sale al exterior y mira hacia adentro. Ve como Lucy juega al solitario y prende fuego con una vela a alguna cosa.

            En Un vasto y desierto paisaje, la familia entierra a la mujer, Helen. William, el marido, contempla la ceremonia desde la cama. Tiene las dos piernas enyesadas, fruto del accidente. Mientras su hermana Sonia le acerca la pastilla para el dolor él la huele o adivina sus pechos cuando se inclina para ponerle un cojín bajo el hombro dolorido. 

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