jueves, 31 de marzo de 2016

Populismo, de José Luis Villacañas


     De los libros que he leído sobre el populismo, este de Villacañas es el más esclarecedor. Merece la pena hacer el esfuerzo de leerlo. Paso a hacer un amplio resumen.

            Se abre el libro de José Luis Villacañas con una frase afortunada: “El populismo acecha”. Esa es la impresión que tenemos en este país desde hace un año, amplificada tras las últimas elecciones generales, tras las que parece dispuesto a sustituir al viejo partido socialdemócrata. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Sin duda, la falta de confianza y de esperanza en el futuro, la inseguridad presente, como consecuencia de la doble crisis que padecemos, la económica y la internacional, el paro y el trabajo precario, el terrorismo islamista y la avalancha de refugiados, así como la quiebra de los vínculos sociales como consecuencia de la revolución tecnológica, crea un estado de ánimo asustadizo, la conciencia de que a la sociedad le falta suelo. “En periodos de desesperación la salvación puede venir de cualquier sitio”, dice Villacañas. En esa atmósfera nace el populismo.

            Pero el populismo no es una ocurrencia política que se pueda despachar en dos tertulias, tiene una idea de la modernidad, una teoría social, una teoría y práctica de la cultura y una apuesta antropológica. Los populistas tienen un modelo de sociedad y saben que son persuasivos. El populismo es una respuesta a las ilusiones estabilizadoras de la modernidad, se propone como respuesta al nihilismo. Pero frente al liberalismo, sabe que la razón no produce vínculos sociales por eso utiliza los sentimientos, transforma los sentimientos negativos en positivos. El lazo social es sentimental no racional.

            A diferencia del marxismo que daba por hecho el pueblo en base a su teoría de la plusvalía, que separaba de forma clara a la clase de quienes la extraían de la clase de los desposeídos, el populismo es el proceso por el que se construye el pueblo. Este aparece al final, no es la raíz que funda una política, sino el término hacia el que el populismo se dirige. La existencia de los excluidos, su integración, no es el fin del movimiento populista, sino su motor. Para el populismo la comunidad no existe, hay que crearla. El populismo es un proceso en movimiento y su tintura es tanto de derechas como de izquierdas. Padania, peronismo, catalanismo. La coyuntura histórica es diferente a aquella en que surgió el socialismo. Ahora no hay una demanda unificada, total, que represente a la totalidad de una clase desposeída, no hay clase social proletaria, ni plusvalía, ahora hay demandas múltiples, diferentes, dispersas, por eso el populismo lo tiene más difícil para unificarlas en una totalidad. ¿Cómo convertir las demandas heterogéneas en un colectivo con una demanda homogénea, que resuma todas las demás? Lo que hace el populismo es, mediante el lenguaje retórico político, crear la ilusión de totalidad, mediante la metaforización crea la ilusión de totalidad. Como no tiene conceptos, razones que faciliten la unificación, utiliza metáforas. ¿Cómo lo consigue, cómo convierte la heterogeneidad en pueblo? Utiliza dos estrategias, divide a la sociedad en amigos y enemigos, siguiendo a Carl Schmitt, siendo los enemigos los que viven en y de las instituciones, los que se aprovechan de ellas y las manejan en su beneficio, la casta, la vieja política. A ello contribuye la coyuntura económica y política: la crisis, la corrupción, la debilidad institucional. “Es la sospecha de la alianza entre economía de ventaja y representación política, la que lleva a una solución política que resuelva todas las demandas”. Los amigos son aquellos que tienen quejas y demandas pendientes que el sistema político institucional no atiende, pero siendo estas diversas y no necesariamente convergentes, el populismo crea la ilusión de que confluyen y todos piden lo mismo. Sobre el sentimiento que los separa se funda una identidad, la de la gente o pueblo, en la que cada uno vincula su sentimiento, en buena parte como reactivo a los enemigos excluidos, la casta. El pueblo es, según Villacañas, una sinécdoque de la nación.

            Para que esa convergencia se produzca es necesario un liderazgo en el que la totalidad de los insatisfechos se reconozcan, un liderazgo afectivo, icónico, que usa el teatro, el púlpito, el plató para que en él confluyen de forma simbólica las demandas insatisfechas. Es un liderazgo vacío, nominalista, porque no puede atender todas las demandas, y en cuanto que no las atiende funciona mejor, porque su función es agrupar simbólicamente, tejer una red afectiva de reconocimiento. “El líder puede articular las demandas porque su oferta está vacía”. El nombre del líder o del movimiento basta para dar sentido al vacío de una demanda totalizante que apela al pueblo, a la gente, pero que no tiene algo concreto que ofrecer como no sea constituir de nuevo la nación entera, aunque los populistas no son nacionalistas en el sentido tradicional. Peronismo, chavismo, castrismo, podemos.

            El líder populista no atiende las demandas insatisfechas, los intereses materiales de las masas, lo que haría de él un “constructor institucional”, porque eso disolvería la formación populista, lo normalizaría como partido. ¿Qué quiere entonces? La hegemonía, “configurar una comunidad ético-política”, no una esfera de instituciones organizadas, sino un pueblo, donde el Estado está sometido a esa comunidad ético-política. Por eso ha de mantener su dimensión antiinstitucional, no ha de dar el paso a la normalización política, al contrario, incorporando más demandas, manteniendo con intensidad la diferencia amigo/enemigo, siendo el enemigo la casta local, el capitalismo financiero internacional, este se presenta como obstáculo para atender las demandas. La existencia de un lumpen-proletariado (los excluidos) permanente, cuyas demandas quedan siempre insatisfechas, justifica la permanencia de la formación populista, en guerra permanente con el statu quo existente, siempre activa la comunidad ética del pueblo.

            El populismo no es insurreccional. La clave para lograr la hegemonía es hacerse con el poder ejecutivo y desde él mantener la activación popular, la construcción del enemigo y perpetuar la crisis institucional. El populismo cree que como consecuencia de los destrozos del neoliberalismo la crisis será endémica, crisis del Estado y crisis del Estado de bienestar. Él único principio de orden es la unidad del pueblo. Sin llegar al totalitarismo ni al desorden social, frente al neoliberalismo, que se ha separado de la tradición democrática, el populismo busca formas democráticas no liberales: la democracia popular.

            Según Villacañas, el populismo se esfuerza por hallar una autoridad en Freud, cuando Freud está dejando de estar en uso. Vivimos en una sociedad entregada al mercado, sin correcciones ni límites, donde ha desaparecido la función del NO. Esta sociedad no protege para el tipo de personalidad que construye el neoliberalismo. Frente al público de la democracia deliberativa que se funda en la conversación y en la personalidad diferenciada, que debate con razones, el populismo opone la multitud atenazada por el miedo y la ansiedad, por la falta de horizontes, es decir, por las emociones. Ante la frustración y la insatisfacción, muchos ponen su yo ideal vacío en otro sujeto. Ante el fallo en la construcción de la personalidad, con sujetos que no tienen potencial crítico en la formación de su yo, se produce la transferencia del yo ideal al líder. Frente a la erosión de las tradiciones y de los vínculos comunitarios que causa el neoliberalismo, frente a la fragmentación social, a la insolidaridad, al abandono de la redistribución, a la falta de respuesta a los flujos migratorios, el populismo se presenta como un Estado providencia y como respuesta a la soledad y amenaza.

            Por último, Villacañas cree que hay una alternativa a la amenaza que representa el populismo: El republicanismo cívico. Frente a la alianza tácita entre neoliberalismo y populismo, el republicanismo vuelve a las instituciones. Si el populismo gana a la actual generación, qué visión alternativa se les opondrá. Para el republicanismo el principio supremo es la reconciliación, basada en la división de poderes, la pluralidad y la flexibilidad. No es un líder carismático lo que necesitamos, sino un líder secundario que sea la garantía de que la distribución de la plusvalía social se hace de forma institucional reglada. La nación, el pueblo, el mercado son disfuncionales. La justicia se practica desde la estabilidad institucional, si se abandona la justicia el populismo ofrece otra. El populismo pone su énfasis en la construcción del pueblo, no en la normalización institucional, nunca en atender las demandas diferenciadas. Los reclamos deben quedar insatisfechos para que el pueblo siga unido. La ruina de Berlusconi habría sido, según Villacañas, su paso a la política institucional, su normalización. En una sociedad donde las instituciones están bien ordenadas y diferenciadas, donde las demandas se pueden atender una a una, el populismo no tiene nada que hacer, pero si, por la coyuntura histórica se abre un abismo entre el sistema institucional y la población, si esta cree que las élites utilizan el sistema en su exclusivo beneficio, entonces el populismo tiene su chance. El triunfo de uno u otro, populismo o republicanismo, dependerá de la base material de la sociedad: educación, cultura, familia y economía de los últimos 40 años.

El populismo parte de la convicción de que la crisis será permanente. Su convicción, ante la fragilidad económica, social y de personalidad, es que el tiempo previo a la construcción liberal no volverá.
            

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