En el primer capítulo el escritor imagina una tórrida escena entre dos amigas de la alta burguesía limeña. Una experiencia a la que los personajes llegan por azar y que vertebrará una de las dos líneas narrativas de la novela. La otra es el asesinato de un periodista de la prensa amarilla en el que se ven implicados varios personajes, desde el jefe de los servicios de inteligencia, a quien llaman el Doctor, hasta un rico empresario minero, marido de una de las dos amigas que se divierten con el amor lésbico, pasando por un pobre jubilado que no tiene donde caerse muerto. La acción discurre en la Lima de Fujimori. La trama es bastante simple, salta de la cama de las dos amigas a la redacción de la revista amarillista y a las calles que pisa el jubilado. Todo le sirve al escritor para describir el contraste social limeño entre la vida muelle de la burguesía que vive a caballo entre la Lima rica de San Isidro y Miraflores y el Miami de las escapadas para hacer compras, la trabajosa de la delgada clase media, la redacción de la revista, por ejemplo, y la miserable vida de la muy extendida pobreza de los barrios altos, como ese de las Cinco esquinas que da título a la novela. Tirando de los hilos el Doctor, Vladimiro Montesinos, el tenebroso personaje que gobernó el Perú de Fujimori, agente al servicio de la CIA y condenado como traidor primero y abogado de narcotraficantes después, antes de cometer todo tipo de delitos desde el poder: narcotráfico, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, organizador de grupos paramilitares, ventas ilegales de armas a grupos terroristas o compra de políticos opositores.
Este Vargas
Llosa posnóbel me recuerda al último Eduardo Mendoza, que sigue escribiendo
novelas de sillón de orejas, es decir, de fácil lectura, después de haber dicho
que no las escribiría más, una forma de distraer a la ineludible decadencia.
Los recursos codificados de género, mezcla de erotismo, thriller de acción
policial y política, pinceladas de crítica social, le sirven al escritor para
zurcir una novela que mientras le dura la energía, entre la mitad y tres
cuartos, se lee con interés y gusto, pero que decae en la parte final, no sólo
en el trazado de escenas también en intensidad dramática. Permanece sin embargo
el oficio, la gran memoria léxica del autor, así como esa capacidad de entramar
acciones distintas en una misma secuencia narrativa, en uno de los capítulos
finales, que es marca de la casa.
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