Desde que
José Ignacio Torreblanca en Asaltar los cielos, como tantos otros, expresara
su confianza en que Podemos se iría adaptando a las circunstancias, aceptando
el juego institucional, que como tantas veces ha ocurrido fuese absorbido por
el sistema, lo que parece estar sucediendo es más bien lo contrario. Frente a
los intentos de un sector, el más moderado, por adaptarse a la realidad y
aprovechar las ventajas que ofrece el juego de alianzas, cesiones y compromisos
para alcanzar el poder, los sectores más radicales imponen sus formas y
criterios, confiados, quizá, en que la crisis no ha alcanzado su techo y que la
oportunidad de asaltar el poder sigue vigente.
En la gran plaza del 15-M donde
se construyó Podemos confluyeron tres avenidas con tácticas no
necesariamente coincidentes. Fascinado por la violencia y las tesis de Toni
Negri, Pablo Iglesias veía un hueco, una brecha entre el terrorismo y la
respuesta autoritaria del Estado, capaz de agrietar al sistema mediante una
violencia más o menos light, como la de la kale borroca basca y la de
los tute bianche (monos blancos) en Génova y Seattle, como refleja en su
tesis doctoral. Iñigo Errejón, en la suya, se inclinaba por la construcción de
un pueblo en torno a un líder con la ayuda de los teóricos Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, capaz de conquistar la hegemonía, ya imposible con un inexistente
proletariado. En la práctica, Juan Carlos Monedero lo vio, lo estudió y
contribuyó a crear ese pueblo en el bolivarismo de Chávez y en el indigenismo
de Evo Morales. Y, por fin, en tercer lugar, la Izquierda Anticapitalista,
desgajada de Izquierda Unida, de Teresa Rodríguez y Pablo Echenique, optaba por la
organización de una red de activistas capaz de preparar la ruptura
revolucionaria, sin pacto con los partidos del sistema. Pues bien, lo que está
ocurriendo no es un camino hacia la moderación anunciada sino, al contrario, hacia
la radicalización ideológica que ambiciona un poder total sin componendas o
pactos, combinada con tácticas mediáticas de seducción popular que están más cerca de la cursilería que de la fraternidad. Las tensiones entre los tres
grupos afloran estos días. Errejón
sabe que no hay pueblo, que todavía no hay pueblo, quizá lo haya en Cataluña,
pero el no domina el hilo que lo trenza. Hasta ahora ha sido el nacionalismo
quien ha hecho converger las quejas, quizá Ada Colau pueda coser con un hilo
nuevo. Iglesias
está encumbrado en la nube del liderazgo de la que no puede bajar. Echenique
simplemente no tiene discurso, con la idea de Revolución le basta.El peligro para Podemos si se impone el
hiperliderazgo de Iglesias frente a la búsqueda de pactos por parte de Errejón
es que, si la crisis no se acentúa, las expectativas poco a poco se vayan
desinflando y acabe en la posición irrelevante que ha tenido Izquierda Unida
desde su fundación.
En la breve
historia de este partido poco parecen importar los programas o las promesas,
que han ido cambiando según las necesidades electorales, lo único que parece
importar es alcanzar el poder. La historia de Podemos está vinculada a una
ventana de oportunidad, el momento populista, el que ha unido una dura crisis
económica con otra institucional. Los votantes de Podemos se sitúan mucho más
en el centro político que el partido al que dicen votar (sólo un 7 por ciento
de sus simpatizantes se considera de extrema izquierda). Los votantes parecen
haber votado más contra el sistema de partidos de la transición que a favor de
la revolución. La cuestión es saber hasta dónde están dispuestos a acompañar a
Pablo Iglesias y sus colegas.
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