martes, 22 de marzo de 2016

Asaltar los cielos



            Desde que José Ignacio Torreblanca en Asaltar los cielos, como tantos otros, expresara su confianza en que Podemos se iría adaptando a las circunstancias, aceptando el juego institucional, que como tantas veces ha ocurrido fuese absorbido por el sistema, lo que parece estar sucediendo es más bien lo contrario. Frente a los intentos de un sector, el más moderado, por adaptarse a la realidad y aprovechar las ventajas que ofrece el juego de alianzas, cesiones y compromisos para alcanzar el poder, los sectores más radicales imponen sus formas y criterios, confiados, quizá, en que la crisis no ha alcanzado su techo y que la oportunidad de asaltar el poder sigue vigente. 

            En la gran plaza del 15-M donde se construyó Podemos confluyeron tres avenidas con tácticas no necesariamente coincidentes. Fascinado por la violencia y las tesis de Toni Negri, Pablo Iglesias veía un hueco, una brecha entre el terrorismo y la respuesta autoritaria del Estado, capaz de agrietar al sistema mediante una violencia más o menos light, como la de la kale borroca basca y la de los tute bianche (monos blancos) en Génova y Seattle, como refleja en su tesis doctoral. Iñigo Errejón, en la suya, se inclinaba por la construcción de un pueblo en torno a un líder con la ayuda de los teóricos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, capaz de conquistar la hegemonía, ya imposible con un inexistente proletariado. En la práctica, Juan Carlos Monedero lo vio, lo estudió y contribuyó a crear ese pueblo en el bolivarismo de Chávez y en el indigenismo de Evo Morales. Y, por fin, en tercer lugar, la Izquierda Anticapitalista, desgajada de Izquierda Unida, de Teresa Rodríguez y Pablo Echenique, optaba por la organización de una red de activistas capaz de preparar la ruptura revolucionaria, sin pacto con los partidos del sistema. Pues bien, lo que está ocurriendo no es un camino hacia la moderación anunciada sino, al contrario, hacia la radicalización ideológica que ambiciona un poder total sin componendas o pactos, combinada con tácticas mediáticas de seducción popular que están más cerca de la cursilería que de la fraternidad. Las tensiones entre los tres grupos afloran estos días. Errejón sabe que no hay pueblo, que todavía no hay pueblo, quizá lo haya en Cataluña, pero el no domina el hilo que lo trenza. Hasta ahora ha sido el nacionalismo quien ha hecho converger las quejas, quizá Ada Colau pueda coser con un hilo nuevo. Iglesias está encumbrado en la nube del liderazgo de la que no puede bajar. Echenique simplemente no tiene discurso, con la idea de Revolución le basta.El peligro para Podemos si se impone el hiperliderazgo de Iglesias frente a la búsqueda de pactos por parte de Errejón es que, si la crisis no se acentúa, las expectativas poco a poco se vayan desinflando y acabe en la posición irrelevante que ha tenido Izquierda Unida desde su fundación.

            En la breve historia de este partido poco parecen importar los programas o las promesas, que han ido cambiando según las necesidades electorales, lo único que parece importar es alcanzar el poder. La historia de Podemos está vinculada a una ventana de oportunidad, el momento populista, el que ha unido una dura crisis económica con otra institucional. Los votantes de Podemos se sitúan mucho más en el centro político que el partido al que dicen votar (sólo un 7 por ciento de sus simpatizantes se considera de extrema izquierda). Los votantes parecen haber votado más contra el sistema de partidos de la transición que a favor de la revolución. La cuestión es saber hasta dónde están dispuestos a acompañar a Pablo Iglesias y sus colegas.

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