lunes, 21 de marzo de 2016

14. Capirotes




         Democratizar la semana santa, dice este hombre. Con un popurrí de variopintos nombres pretende dar autoridad en su artículo a una propuesta vacía cuyo único fin es sacar la religión de las procesiones. Redes de sociabilidad, dice, son las cofradías. ¿Claro, y quién las ha tejido sino la religión? ¿Sustituimos las tallas de la Virgen y el Cristo por otras de Ronaldo y Messi? Desde hace una semana al menos, plazas y calles están patas arriba. En la plaza de España han montado una estructura que no desmerece el graderío de un fondo de estadio futbolístico. Imponente. Y más lo debe ser cuando se llena de pueblo, un pueblo silencioso y conmovido al paso de la procesión. Por el paseo principal y calles aledañas es imposible pasar, todo está vallado y lleno de sillas, cada una con su correspondiente numeración, como si se entrase en un recinto cerrado. De hecho lo es, hay entradas para abonados, literalmente, por las que no puedes pasar si no tienes el correspondiente pase. La procesión, esta del domingo de ramos, dura y dura. Ha comenzado a las 11 y cuando he salido de comer del restaurante vegetariano, harto de tanto pescaíto frito, hacia las tres, aún no había acabado. Lo peor es que no puedes atravesar las calles, pasar de un lado de la ciudad a otro. Toda la población está en el ajo, los encapuchados, las bandas de música, los costaleros, los que han pagado su silla para contemplarlos y los que la ven de pie, allí donde se puede. Hasta los turistas haciendo foto. Familias enteras vestidas de domingo, trajeados del niño al abuelo, como en pocos sitios se ve ya. Desde primera hora de la mañana se les ve en las cafeterías, luego en las tabernas tasqueando y a la hora de comer en los restaurantes entre vista y vista a la procesión. Qué será de las nocturnas. Qué puede haber más popular que esto, más democrático que esto, más democráticamente popular que esto. Lo que habría que hacer más bien es una suerte de aristocratización de la procesión, concederles un lugar separado, un espacio urbano donde puedan realizar sus ceremonias, que sigan siendo públicas para que no se ofendan, una especie de sambódromo, como hacen con los calvarios, de modo que no ocupen toda la ciudad y el resto de la población pueda ausentarse, si quiere, de esa democracia popular durante la semana de pasión. 

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