Democratizar la semana santa, dice este hombre. Con un
popurrí de variopintos nombres pretende dar autoridad en su artículo a una propuesta vacía
cuyo único fin es sacar la religión de las procesiones. Redes de
sociabilidad, dice, son las cofradías. ¿Claro, y quién las ha tejido sino
la religión? ¿Sustituimos las tallas de la Virgen y el Cristo por otras de
Ronaldo y Messi? Desde hace una semana al menos, plazas y calles están patas
arriba. En la plaza de España han montado una estructura que no desmerece el
graderío de un fondo de estadio futbolístico. Imponente. Y más lo debe ser cuando
se llena de pueblo, un pueblo silencioso y conmovido al paso de la procesión.
Por el paseo principal y calles aledañas es imposible pasar, todo está vallado
y lleno de sillas, cada una con su correspondiente numeración, como si se
entrase en un recinto cerrado. De hecho lo es, hay entradas para abonados,
literalmente, por las que no puedes pasar si no tienes el correspondiente pase.
La procesión, esta del domingo de ramos, dura y dura. Ha comenzado a las 11 y
cuando he salido de comer del restaurante vegetariano, harto de tanto pescaíto
frito, hacia las tres, aún no había acabado. Lo peor es que no puedes atravesar
las calles, pasar de un lado de la ciudad a otro. Toda la población está en el
ajo, los encapuchados, las bandas de música, los costaleros, los que han pagado
su silla para contemplarlos y los que la ven de pie, allí donde se puede. Hasta
los turistas haciendo foto. Familias enteras vestidas de domingo, trajeados del
niño al abuelo, como en pocos sitios se ve ya. Desde primera hora de la mañana
se les ve en las cafeterías, luego en las tabernas tasqueando y a la hora de
comer en los restaurantes entre vista y vista a la procesión. Qué será de las
nocturnas. Qué puede haber más popular que esto, más democrático que esto, más
democráticamente popular que esto. Lo que habría que hacer más bien es una
suerte de aristocratización de la procesión, concederles un lugar separado, un
espacio urbano donde puedan realizar sus ceremonias, que sigan siendo públicas
para que no se ofendan, una especie de sambódromo, como hacen con los calvarios, de modo que no ocupen toda
la ciudad y el resto de la población pueda ausentarse, si quiere, de esa
democracia popular durante la semana de pasión.
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