Tardamos en aceptar que lo que es verdad para todos (“Todos
los hombres son mortales”) lo es también para cada uno de nosotros. Mientras
nos resistimos y creemos que somos inmortales funciona en nosotros la alegría y
el ímpetu. Hay una geografía del ímpetu y una geografía de la derrota. Vista
desde lejos, la gran ciudad parece responder a la parodia de los últimos días: consume,
compite, folla que el mundo se acaba. Las playas del sur, por el contrario, son
los morideros de Europa. Lugares donde la lentitud no es una forma alternativa
al movimiento sin fin sino miedo al precipicio. Al menos, los ediles de estos pueblos podrían evitar humillarlos con los decorados kitsch de sus calles y plazas. ¿Entre sus inútiles y corruptos asesores no podrían haber contratado a un encargado del buen gusto?
No hay nada más triste que ver a un hombre que ha aceptado la derrota. Kafka lo vio con el rasgo de humor que le caracteriza, humor amargo, pero necesario para rendirse con dignidad: “Hay esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros”.
No hay nada más triste que ver a un hombre que ha aceptado la derrota. Kafka lo vio con el rasgo de humor que le caracteriza, humor amargo, pero necesario para rendirse con dignidad: “Hay esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros”.
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