Después de diez años, la ciudad está irreconocible. Piedra
de calidad en los suelos peatonales, bonitos enlucidos en las paredes, terrazas
por doquier, tapas como nunca, mucha gente joven charlando y galanteando. Clase
media despreocupada por el enorme paro de los barrios que no se ven. No es de
extrañar que esas diferencias que no se ven en el centro de las ciudades
turísticas rechinen en los resultados electorales. Las dos Españas que antes
vivían en mundos paralelos ahora han decidido retarse al sol, con los dientes
apretados. El chico, con jersey a rayas anchas horizontales y mangas recogidas
a medio brazo, mueve las manos dibujando círculos como un molinillo, con mucha
gracia. Nos acompaña por las calles del centro, hasta llevarnos a la misma puerta de la baronesa. Reconoce que no los ha votado, pero que han dejado la ciudad muy
bonita. Le enumero los museos, los propios y los franquiciados, un derroche,
aunque los pagamos convenientemente cuando vamos a verlos. Sí, me dice, hasta en esta gran
instalación, en cada plaza y en muchas calles, hay mucho arte. La ciudad está
atestada de bolsas de basura, pero ni apesta ni molesta en exceso, de momento
se ve con curiosidad. Los ciudadanos son limpios y comprensivos, colaboran, aun
no se percibe irritación.
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