De la cultura argárica, 1500 ac, en la Edad del Bronce,
hasta la actualidad, con británicos y alemanes a la cabeza, la afición de otros
pueblos, atraídos por el clima y los frutos subtropicales, a asentase en estas
costas no ha tenido pausa. Del primer nombre dado por los fenicios, sustituido
luego por el que impusieron los islámicos, se conserva el gentilicio,
sexitanos. Tras los griegos, los romanos apreciaron la situación geográfica de
este lugar para dar salida a la salazón de pescado, al garum y a la moneda. De
todo ello hay constancia arqueológica, visible en el casco de la ciudad:
piletas para la salazón, ceca, alfarería, además de templos, teatro y acueducto.
Aquí desembarcó Abderramán I, en el año 755, para dar comienzo al emirato y
aquí resistió el reino nazarí hasta poco antes de que los castellanos conquistaran
Granada. Quizá sea una falsa impresión, pero me parece que la piel y los ojos
de esta gente conserva la memoria de tantos siglos moriscos, hasta el idioma,
que a veces cuesta entender, guarda esa memoria. El casco urbano es un subir y
bajar callejuelas por el cerro de San Miguel hacia el castillo y de este a las
playas, con recoletas plazas, estrechas calles dedicadas al comercio y un museo
arqueológico que aprovecha un complejo de bóvedas romano, que cuenta entre sus
piezas con un vaso cinerario egipcio, de mármol, perteneciente al faraón Apofis
I, que contiene una inscripción jeroglífica que se tiene por el texto escrito
más antiguo de España.
"El
dios bueno, señor del Doble País, cuyo poder alcanza victorias totales y que no hay país exento de rendirle servicio,
el Rey del Ato y Bajo Egipto, el hijo de Re (Apofis) dotado de vida, y la
hermana real Charudyet, que sea dotada de vida".
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