viernes, 18 de marzo de 2016

11. Decepción


         Cuatro cartujas quedan en activo en España de las once que hubo en su mejor 
momento. La más rica, sin duda fue esta. Aún sorprende la explosión de formas y colorido barroco en la iglesia, en el presbiterio y en la sacristía, que se convierte en deslumbrante fulgor en la capilla del sagrario. No se comprende que un monasterio dedicado a la suma austeridad ofreciese a los monjes esa continua tentación al deleite pecaminoso, porque cómo no dejarse llevar por las tentadoras formas masculinas y femeninas enmarcadas en mármoles iridiscentes, aunque  se dijesen San Bruno o el Bautista, la Inmaculada o la Virgen Madre amamantando al niño, hombres y mujeres al fin, esculpidos por Alonso Cano o Juan de Mora, pintados por Palomino, Carducho o Sánchez Cotán. Los hombres que aquí trabajaron consiguieron el cielo del arte, sin duda, pero no quiero pensar dónde estarán ahora los pobres cartujos obligados a vivir a diario en ese extravagante lujo. Decepción moral, por así decir.

         La segunda decepción tiene que ver con los platos de pescaíto frito, de tanta fama. No me quejo de la abundancia ni del precio aceptable, tampoco de la variedad, todos los restaurantes en general son generosos: boquerones, bacaladillas, salmonetes, sardinillas, cazón, congrio, calamares, chopitos, sepia, chipirones, gambas...  El asunto es que después de probar en unos cuantos todo el pescado me sabe igual, fritos en el mismo aceite, todos son crujientes, pero después del tercer bocado la persistencia del gusto hace que desaparezcan las ganas de acabar con plato tan bien surtido.


         La tercera decepción tiene que ver con las cuevas flamencas. No las veía desde hace un porrón de años. Más de treinta y cinco. En mi memoria estaba la subida y el camino de tierra, las cuevas abiertas y los gitanos saliéndote al paso. No queda nada de eso, hay más payo que gitano, mucho guiri, las cuevas son casas, algunas reconvertidas en bares o restaurantes. Los turistas las atraviesan como un lugar con vistas. Es el coste del progreso, el confort por el duende. ¿Y este barrio, patrimonio de la Unesco, tan Monmartre, pero sin sus pintores y artistas, eso sí con unas vistas únicas, cómo es posible que siga tan atestado de coches? ¿Dónde está la vigilancia con que la institución somete a otros lugares para mantener la distinción?

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