Cuatro cartujas quedan en activo en España de las once que
hubo en su mejor
momento. La más rica, sin duda fue esta. Aún sorprende la
explosión de formas y colorido barroco en la iglesia, en el presbiterio y en la
sacristía, que se convierte en deslumbrante fulgor en la capilla del sagrario.
No se comprende que un monasterio dedicado a la suma austeridad ofreciese a los
monjes esa continua tentación al deleite pecaminoso, porque cómo no dejarse
llevar por las tentadoras formas masculinas y femeninas enmarcadas en mármoles
iridiscentes, aunque se dijesen San
Bruno o el Bautista, la Inmaculada o la Virgen Madre amamantando al niño, hombres
y mujeres al fin, esculpidos por Alonso Cano o Juan de Mora, pintados por
Palomino, Carducho o Sánchez Cotán. Los hombres que aquí trabajaron
consiguieron el cielo del arte, sin duda, pero no quiero pensar dónde estarán
ahora los pobres cartujos obligados a vivir a diario en ese extravagante lujo.
Decepción moral, por así decir.
La segunda decepción tiene que ver con los platos de pescaíto
frito, de tanta fama. No me quejo de la abundancia ni del precio aceptable,
tampoco de la variedad, todos los restaurantes en general son generosos: boquerones,
bacaladillas, salmonetes, sardinillas, cazón, congrio, calamares, chopitos,
sepia, chipirones, gambas... El asunto
es que después de probar en unos cuantos todo el pescado me sabe igual, fritos
en el mismo aceite, todos son crujientes, pero después del tercer bocado la
persistencia del gusto hace que desaparezcan las ganas de acabar con plato tan
bien surtido.
La tercera decepción tiene que ver con las cuevas flamencas.
No las veía desde hace un porrón de años. Más de treinta y cinco. En mi memoria
estaba la subida y el camino de tierra, las cuevas abiertas y los gitanos
saliéndote al paso. No queda nada de eso, hay más payo que gitano, mucho guiri,
las cuevas son casas, algunas reconvertidas en bares o restaurantes. Los
turistas las atraviesan como un lugar con vistas. Es el coste del progreso, el confort
por el duende. ¿Y este barrio, patrimonio de la Unesco, tan Monmartre, pero sin sus pintores y artistas, eso sí con unas vistas únicas, cómo es posible que siga tan atestado de coches? ¿Dónde está la vigilancia con que la institución somete a otros lugares para mantener la distinción?
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