Martin Amis
sitúa a sus hombres y mujeres en el centro de la maldad nazi (¿alemana?), en la
cancillería de Berlín y en un campo de concentración, en el lugar donde se
daban las órdenes de la Endlösung (solución final) y en el lugar donde
se ejecutaban. Sus personajes son Martin Bormann, el secretario de la
cancillería, y su bella pero simple esposa, Gerda; Paul Doll, trasunto de
Rudolf Höss, comandante del campo de exterminio por antonomasia, Auschwitz, y
su bella e inteligente esposa, Hanna. Junto a ellos, los escalones intermedios,
sin los que no se hubiese podido acometer la gran tarea: el joven e impetuoso
Boris Eltz, amante del combate y de las mujeres, la cruel Ilse Grese, de 22
años, Konrad Peters, oficial de la Ahnenerbe, uno de esos oficiales que se
sentían incómodos con el nazismo y que organizarían el fallido atentado contra
el Canciller del Reich, y toda una serie de personajes de los que dependía el
engranaje del exterminio, gente de la GESTAPO y de las SS, guardias del campo y
civiles de los que dependía la organización de la IG Farben, la empresa que en
Auchwitz III, que no es nombrado como tal sino como Buna-Werke o Buna-Monowitz,
buscaba el combustible sintético que iba a resolver todos los problemas energéticos
del Reich. Y además Angelus (Golo) Thompsen, el enlace entre Bormann y el
campo, responsable de los nuevos planes para la producción de caucho y de
combustible, uno de esos nazis listos que como agente necesario supo adaptarse
a la negrura del nazismo y a la liberación posterior, donjuán que queriendo
conquistar a la bella Hanna, termina por enamorarse de ella. Ambos saben, entre
el cinismo del propio beneficio y la conciencia del horror, que la guerra está
perdida, que lo que se está haciendo es un crimen contra la humanidad y que
nunca serán perdonados.
¿Quiénes
son esos hombres? ¿Por qué hacen lo que hacen? ¿Qué piensan, qué sienten? Martin
Amis apenas se inventa nada, es fiel a lo que sucedió, tan solo pone a trabajar
la imaginación para meterse en la cabeza de esos hombres y mujeres y
reconstruir sus emociones y los diálogos que pudieron mantener. Un Martin
Bormann que, movido por el instinto de poder, se veía a sí mismo como el
sucesor de AH, trabajó hasta el último momento, en mayo de 1944, en la
deportación de más de medio millón de los judíos de Hungría hasta las cámaras
de gas, que hasta entonces habían estado a salvo. Gerda, la creyente de una
pieza en el nacionalsocialismo, empeñada en tener tantos hijos como
distinciones otorgaba el régimen por dicha labor. Paul Doll, el Viejo Bebedor,
como le llamaban sus hombres, torpe, patán, brutal, cobarde, que arrastra hacia
lo más oculto de su mente cualquier interrogante. Boris Eltz, Ilse Grese, Fritz
Möbius, el jefe de la Gestapo en el campo, para quienes simplemente no hay
interrogante sino un trabajo que hacer.
No hay un
único narrador en la novela, Amis adopta tres puntos de vista, el del comandante
del campo, Paul Doll, el del oficial de las SS, Golo Thompsen y el del capo del
sonderkommando, Szmull, no el de las víctimas como suele ser habitual, sino el de
los verdugos y el de esa figura de judío cuya función ha sido la más difícil de
entender, la de aquellos que se encargaban de llevar a su gente a las duchas y
a los hornos, de hurgar en sus orificios, de recoger luego sus cenizas. La
descripción detallada de lo que sucedió es insoportable en un libro técnico de
historiador, pero añadir emociones a ese descripción es imposible y dudo que
haya lector o espectador que no abandonase la lectura, o la visión en un documental,
si reprodujese con emocionada exactitud lo que sucedió. En general, se suele
explicar de modo indirecto, gente que recuerda, con imágenes actuales, aquellos
lugares (Shoá), pero sin una visión directa de los hechos sucediendo.
Así que Martin Amis introduce diálogos, sexo, amor e intriga en la narración de
la vida cotidiana de los alemanes, con el fondo del horror. Alguno ha criticado
la novela, yo creo que es eficaz.
Los
alemanes que participaron no dejaban de ser personas cuya vida volvía a
amanecer al día siguiente, pero su vida se desarrollaba en un contexto de
muerte. Se emborrachaban, utilizaban su posición para el propio interés y, si
no tenían patologías, tenían la conciencia estragada a pesar de que la ocultaran
tanto como podían. Martin Amis describe la llegada de los trenes, la rampa
donde se seleccionaba al 10 % de los que iban a sobrevivir tres meses como
mucho para trabajar en las instalaciones de la IG Farben del 90 % restante que
eran asesinados de forma inmediata, las duchas del gas donde se les apretaba
como arenques, las tenazas y los martillos que destrozaban las mandíbulas para
obtener dientes de oro, los hornos, la tierra borboteante de las fosas, las
chimeneas, la lluvia de cenizas, el hedor insoportable. Y las fiestas de los
oficiales, los conciertos, el sexo entre alemanes, pero también con mujeres que
no lo eran, los discursos y las conversaciones entre los fieles a los dictados
del NSDAP y los cínicos, la reacción ante la guerra, los chismorreos sobre los
líderes, la corriente de la vida que fluía como sanguijuelas entre marismas y
sangre negra.
60.000alemanes trabajaron en el trabajo forzado, en el asesinato selectivo, en los
experimentos humanos y el exterminio masivo, en 27 campos de concentración
principales y otros 1.100 secundarios. Pau Doll, recuerda esto en un momento de
la novela:
“He
aquí un hecho sobre el que no suele hacerse demasiado hincapié: en las
elecciones de julio del 32 el NSDAP obtuvo el 37,5 % de los votos: el resultado
más alto obtenido por un solo partido en la historia de Weimar. Prueba rotunda,
pues, de la profunda sintonía entre los anhelos sencillos del pueblo y el sueño
dorado del nacionalsocialismo. Es algo que siempre estuvo ahí, ¿lo veis? En
noviembre del 33, la aclamación plebiscitaria alcanzó el 88 %, ¡y en abril del
38 el porcentaje subió hasta superar el 99 %! ¿Qué señal más clara podría darse
de la robusta salud sociopolítica de la Alemania nazi?”
Durante un
tiempo no fue posible hacer poesía sobre Auschwitz. Aunque no duró mucho la
prohibición de Adorno. La poesía no necesariamente ha de ser reconfortante. En
los escritores de Auschwitz, Primo Levi, Paul Celan, la había, a condición de
que no hubiese ficción. Quizá ha llegado el momento de la ficción. Hay dos
ejemplos recientes la película Son of Saul y esta novela de Martin Amis.
El impulso de la novela parte de la voluntad del escritor de comprender por qué
sucedió lo que sucedió en el país más culto de la historia, no sólo de entender
la locura contra los judíos, sino la perdida de juicio de Alemania. Después de
tantos libros, películas y documentales, sabemos qué sucedió y cómo, pero no
acabamos de entender el por qué. El
propio Martin Amis, en el epílogo, casi se da por vencido, ¿es imposible saber
por qué sucedió? De algún modo, entenderlo, abarcarlo, es ensuciarse,
“comprender” el crimen.
2 comentarios:
Acabo de leer el libro. Ha sido una experiencia desasosegante y, en ocasiones, insoportable, pero tras su conclusión, comparto las preguntas que el propio autor se formula y para las que no hay respuesta. ¿Por qué? Soy profesor de historia, y todos los años me enfrento al mismo problema, cómo explicar a chicos y chicas adolescentes esta locura, la razón de tanto depropósito y tanta maldad, de tanto odio. Amis ofrece, al amparo de tesis de otros autores, una posible respuesta: el deseo de autodestrucción y el odio a la nación alemana del propio Hitler; pero esto, siendo posiblemente cierto, no resulta suficiente, pues la locura, si es que tal fue, afectó a millones de personas. Una vez puesta en marcha la maquinaria del horror y de la muerte, parece difícil sustraerse a su dinámica, pero sigue siendo difícilmente comprensible lo que millones de alemanes toleraron con su silencio o indiferencia cómplice. He visitado el campo de Auschwitz y la presencia del horror es apabullante en medio del silencio y la brisa que agita las copas de los abedules. ¿Por qué? No parece haber un por qué. Sólo el silencio de los muertos.
Estoy de acuerdo. Desasosiego, eso es lo que transmite el libro de Amis, y eso es lo que uno siente volviendo los ojos hacia aquellos años.
Publicar un comentario