Está claro
que los cerdos que hozan en el bosque, y yo lo soy, buscando trufas, la mayoría
de las veces no hallan sino hojarasca y barro. No es extraño pues que en
sucesivas sesiones haya salido yo trasquilado aunque con el hocico limpio.
Rocío Márquez y el maestro Cortés a la guitarra: hora y media de flamenco sin
un gramo de emoción, como no sea aquel con el que la cantaora endulzaba su voz
para dirigirse al público con el que tantas ganas tenía de compartir aquella noche,
bien es verdad que yo no he sido amamantado en ese arte y no sé cuando se entra
y cuando se sale del compás.
Algo más de
una hora tuve, al día siguiente, para caer bajo el hechizo de la Academia
del Piacere, “música mestiza en la España barroca”, y tampoco, eso que a mí
tanto me gustan el cello y la viola de gamba, con tres sobre el escenario,
músicas de Gaspar Sanz y Mateo Flecha, Falconieri y José Marín, bien tocadas,
sin duda, y bien acompañadas por la soprano. ¿Qué se me escapó del mestizaje de
este grupo, andaluz como Rocío Márquez? ¿Dónde estaba el duende?
Y al tercer
día los Coen, que me gustan tanto, los hermanos Coen de Fargo, cuya
secuela en forma de serie veo estos días con deleite. Ave Cesar, un peñazo
que no me arranca más que dos o tres medias sonrisas. ¿Qué han querido hacer,
con tan cuidada producción, con tan esmeradas escenografías, con tan atildados
actores? Eso sí, me he entretenido con los públicos tan diversos, un público
con alpargatas el primer día, listo para el aplauso, el bravo y el olé. ¿Sólo
salen de casa los días del festival flamenco? Otro de abrigo y bufanda y
murmullo sotto voce el segundo día, ayer estuve con mi hija en
Madrid, mañana viene el mío de Ginebra. Chaquetones y palomitas, el del
tercero.
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