Después de
esperar, con paciencia y tesón, con aburrimiento estresante, a ver si la página
siguiente abría una nueva perspectiva y comenzaba alguna historia, a ver si al
doblar la hoja se desatascaba el empeño recurrente y paralizante de hacer que a
una frase ingeniosa le siguiese otra más brillante, tras ir conociendo a un
puñado de personajes verborreicos a los que nada distinguía pero asemejaba el
tintineo de las palabras cascabel, reflejo fiel, concedo, de como curiosamente
son los actores, porque de actores va la cosa, cuando se salen del guión y se
encantan a sí mismos concediendo entrevistas en las que no dicen nada, pero es
que nada, dejo, agotado, la lectura, en el punto exacto en que cinco millones novecientos
sesenta y cinco mil cuatrocientos parados repetidos no sé cuantas veces se van
a la Plaza de los Vosgos parisina a firmar un manifiesto. ¿Era ahí cuando
comenzaba la historia?, puede ser, pero se acabó. C’est fini. Ça sufit. Cuarenta
y cinco páginas para comprobar el genio de una de las actuales heroínas de la
literatura de este país ya están bien. Lo siento. No he llegado a la mitad como en En
la orilla, como me penitenció mi confesor libresco pero he cumplido con la Santa
Literatura en español de España. Me apeno por Luis Goytisolo.
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