Cuando hace
unos días el concejal de Seguridad y Emergencias en el Ayuntamiento de Madrid,
Javier Barbero, sufrió en sus propias carnes la medicina que él le había
aplicado al ex alcalde Ruíz Gallardón, un escrache, pidió que se investigara si
en aquella manifestación había incitación al odio. La propia alcaldesa, Manuela
Carmena, en aquella anterior ocasión, por el contrario, había dicho que “Los
escraches son una protesta no sólo legítima sino necesaria”.
Los escarches,
siendo una cosa tan actual, tienen antecedentes en la historia. Uno de los más conocidos ocurrió el 20 de junio de 1792 cuando voluntarios recién llegados de Marsella y de Brest, dos de
las puntas de Francia, cantando al son de la canción del Ejército del Rin que esperaba el ataque de los prusianos, canción que
luego se llamaría la Marsellesa, iniciaron una manifestación con otros
radicales de la propia ciudad de París, entrando en la Asamblea Nacional, donde
reclamaron el derrocamiento del rey, y luego asaltando las propias Tullerías,
el palacio de Luis XVI, exigiéndole que se retractara de sus vetos a los decretos
de la Asamblea, que se calzase el gorro frigio, cosa que el rey hizo, y,
derribando dos puertas del palacio, que la reina se presentase ante ellos.
Para
un diputado de la Asamblea, el montañés Georges Couthon, no había sido más que
una expresión legítima y pacífica de la opinión popular en la que los
ciudadanos fueron a “visitar al rey” para transmitirle sus puntos de vista.
Para su compañero, Jacques Pinet, había que observar el espíritu de la ley y no
la ley, apoyar “los actos constitucionalmente anticonstitucionales del pueblo”.
La cosa pareció que quedaría ahí, pero pocos días después, los radicales enardecidos,
volvieron sobre el palacio con armas, lo asaltaron y comenzó una masacre con
1.000 muertos, entre ellos 600 guardias suizos que defendían el palacio, a los
que se persiguió por todo París hasta matarlos. Luis XVI y Maria Antonieta
pudieron refugiarse en la Asamblea. El resto de la historia todo el mundo la
conoce, unos meses después el rey y la reina fueron derrocados y ajusticiados y dio comienzo el
periodo del Terror en la Revolución Francesa.
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