A los
españoles les va la marcha. Dan el visto bueno por igual a la corrupción
económica y a la corrupción moral y prefieren los extremos en el espectro político,
que viene a ser lo mismo. Cada uno de los votantes del PP ha creído legítimo que
el partido se financie irregularmente y que sus dirigentes con cargos públicos utilicen
el cargo en su interés personal. Cada uno de los votantes de Podemos ha creído
lícito que sus líderes mientan para llegar al poder y que una vez obtenido (ayuntamientos,
diputaciones y autonomías) se comporten de forma sectaria. Tras haber
convalidado en las elecciones un sistema corrupto, copado por élites políticas conchabadas
con la corrupción o apoyado a candidatos que para auparse a él utilizan el
engaño como un arma normal en la actividad política, ahora vuelven a manifestar
que lo volverían a convalidar, incluso con más apoyos. Cuando se ven los
resultados electorales y las encuestas de la entidad estatal más solvente endemoscopia uno deduce sin demasiado miedo a equivocarse que, en realidad, cuando
los españoles de a pie despotrican, junto a una taza de café, contra los
corruptos y los mentirosos lo que en verdad piensan es que lamentan no estar en
su lugar.
¿Son los
españoles corruptos? A la vista está, la mayoría lo son, corruptos, sectarios o
incultos o las tres cosas a la vez. La capa media de la población que no es
corrupta y actúa en consecuencia es mínima y frágil. Es aquella que casi por
carambola se ha visto ahora con la posibilidad de formar gobierno. Veremos qué
oportunidades tiene. Nunca como ahora podemos lamentar el nefasto sistema
educativo vigente en los últimos cuarenta años y desear, casi rezando de
rodillas, que la primera ley del próximo gobierno sea una ley de Estado
consensuada que aborde de forma urgente ese ámbito.
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