Como en la
cesta digital de Windows, en nuestra mente se van acumulando deshechos,
pensamientos, ilusiones, fantasías, ideas en bruto, algunas ni siquiera
formuladas. La cesta se va llenando sin que tengamos un procedimiento claro de
cómo deshacernos de todo ello, al contrario que en Windows que con un clic nos
basta. Pablo D’Ors lo tiene claro, hay un procedimiento seguro, la meditación con
silencio y quietud. Asegura que esa técnica, si es que lo es, practicada durante
más de un decenio, le ha ayudado a vaciar su mente de lo sobrante que
prácticamente es todo. Contra lo que se suele creer, pensar demasiado, leer
mucho no ayuda a vivir una vida serena y auténtica, una vida propia, al
contrario, las excesivas lecturas y la abundancia de pensamientos atascan el
fluir de la vida, la llenan de contenidos que la hacen inauténtica. La
meditación no sólo limpia de morralla sino que ayuda a que el meditante caiga
en el pozo del “yo soy”, aquel en el que uno se encuentra a sí mismo sin
atributos.
Pablo D’Ors
es convincente, y uno, tras la lectura apresurada del libro, siente deseos
urgentes de ponerse a practicar la meditación, frase que así formulada ya incumple
dos de las normas del autor, desatender los deseos y no dejarse llevar por la
premura. En todo caso, todo lo que dice el autor es razonable, lo que asegura
haber conseguido, creíble y envidiable. Sin embargo, hay algo que por más que
le doy vueltas no me cuadra. Si todas las ideas son nocivas y la quietud y el
silencio son el medio para llegar a esa vida despojada, cuyo único mandato es
vivir, que dice ser la meta, cómo es que él mismo, Pablo D’Ors, no ha
abandonado una idea nada sencilla, llena de caminos y constricciones, de
lucubraciones y entelequias, una de las ideas más fantasiosas e irreales, más
seductoras y nocivas en su realización histórica, que más peso tendría en la
papelera de Windows, y tan difícil, casi imposible, de borrar, el cristianismo.
Tendré que preguntárselo.
Si uno
espera a los últimos capítulos, después de haber recorrido con más o menos
entusiasmo el breve recetario meditativo, aunque, por el camino haya ido
apareciendo de vez en cuando la deslumbrante floración de la autoayuda, se topa,
por fin, con aquello que uno creía que no iba a aparecer pero que aparece con
toda la fuerza, un testigo de ese testigo interior en que uno ha devenido tras
la voluntariosa meditación, un testigo del testigo que viene a fecundar la
virginidad espiritual que es el fin, parece ser, de la meditación:
«Debes vaciarte de todo lo que
no eres tú», esa es la invitación que se escucha permanentemente cuando se
medita. Solo en lo que está vacío y es puro puede entrar Dios. Por eso entró
Jesucristo en el seno de la Virgen María. Estamos llamados, o así es al menos
como yo lo veo, a esta fecunda virginidad espiritual.
He
acudido a la charla de presentación de su libro con la intensión de que
resolviera la duda, pero no ha sido posible. Aunque el autor ha asegurado desde
el principio que deseaba escuchar más que hablar, al final apenas ha habido
tiempo para dos o tres preguntas arrobadas, pues otra cosa no era posible en la
atmósfera mística que el autor ha creado con cuentos, imágenes y canciones en
las que invitaba a participar al público. Sí que me ha quedado claro, contra lo
que manifiesta en el libro, que meditar tiene un fin, que lo importante del
caminar no es el camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario