viernes, 26 de febrero de 2016

Fargo II


            Una de las grandes virtudes de la serie Fargo es la creación de esos raros personajes que, saliendo de la calle, de la normalidad de la vida cotidiana, se convierten, por singular cruce de la fortuna, en estrafalarios; desnudados de los hábitos de una vida común sin excitantes, de pronto se hacen héroes insospechados o asesinos involuntarios. Acaso cada uno de nosotros oculte una personalidad fuera de norma que pugna por hacerse visible por encima de las constricciones. En la primera temporada era aquel agente de seguros apocado, interpretado por Martin Freeman, que cuando descubre el placer del homicidio lo convierte en un arte preciso y elegante. En la segunda, que es la que ahora veo, son la peluquera y el carnicero de una pequeña población de Minnesota quienes se transforman hasta alcanzar el deliquio de la muerte ajena. Especialmente logrado es el personaje de la peluquera, maravillosamente interpretado por Kirsten Dunst, una mujer que asiste a seminarios de autoayuda en compañía de su compañera de trabajo, que esconde aviesas intenciones hacia ella. Una tarde de vuelta a casa atropella a un matón de una banda de traficantes asesinos. En vez de dar parte, se lo lleva a casa atascado en el parabrisas. Su marido, en medios de protestas por construir una familia normal con niños, lo hará desaparecer en la trituradora de la carnicería. Entonces se desatará una auténtica locura entre dos bandas de los Estados vecinos, en medio de la cual el carnicero y la peluquera dan suelta a la violencia que pugnaba por encontrar cauce en su personalidad oculta.


            La otra virtud de Fargo es el derroche catártico que impulsa en el espectador. Este asiste encantado a la sucesión de violencia y muerte, a lo Tarantino, de los, en general toscos, brutos y risibles malvados, aunque hay otro interesante personaje que entre muerte y muerte recita poemas, no se salva ni uno, y disfruta identificándose con los bobos homicidas sobrevenidos en cuya piel se dice podría haber estado él.

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