domingo, 21 de febrero de 2016

Antígona, de Sófocles

      
           Sófocles fue premiado con el cargo de estratego por su triunfo con Antígona (442 ac). También fue miembro del Consejo Supremo de los 10 Probulos y con ello contribuyó al giro oligárquico en el gobierno ateniense. Se le asocia con el culto a Asclepio y al de las Musas. Quiero ello decir que el autor trágico representaba a la sociedad conservadora de su tiempo, amante de la tradición y de la religión, pero eso no obstó para que en sus obras defendiese puntos de vista contrapuestos. De sus probables 130 tragedias se conservan 7. Era un teatro en verso, sin estrofas pero en trímetro yámbico, en el que al recitado se unía el corifeo, los coreutas, la coreografía y la música. Los actores, detrás de máscaras, representaban un carácter, la fidelidad familiar, el orden del Estado, que se manifestaba a través del diálogo y en contraste con otros personajes. Si pudiéramos reproducir aquel espectáculo, estaría más cerca de nuestra ópera que de nuestro teatro. En él no se transmitían tanto ideas en litigio como una “sabiduría más profunda que la que el poeta mismo puede encerrar en palabras y conceptos” (Nietzsche). El teatro griego, de creer a Aristóteles, debía tener un efecto purificador. Representado en las fiestas de Dionisio, tres días al comienzo de la primavera, o en las Leneas, en invierno, tenía un carácter religioso, relacionado con los misterios de Eleusis, y propiciaba lo que en ellos se buscaba, la aceptación jubilosa de la mortalidad, la superación del miedo a la muerte. El héroe trágico es consciente de su excentricidad, de su desarraigo, enfrentado por sus acciones a fuerzas que están fuera de su control, en él sólido orden divino, no conoce, por ello, el consuelo ni la redención.

            Antígona carga con el destino de sus hermanos, nacidos de la antinatural unión de Edipo y Yocasta. Para ella, “Un mortal no puede transgredir las leyes no escritas de los dioses”. Ello le lleva a desobedecer la ley de Creonte, el tirano de la ciudad de Tebas, que ha ordenado que a Polinices, su hermano, “ni se le entierre ni se le llore”, que sea “pasto de las aves de rapiña y de los perros”, por haberse levantado contra su ciudad. Cuando su juiciosa hermana, Ismene, le espeta que “obrar por encima de nuestras posibilidades no tiene sentido”, Antígona le acusa de cobardía como acusa a los demás tebanos “que no se atreven a alzar la lengua contra la tiranía”. Así quedan fijados los dos caracteres enfrentados: Antígona, que representa las leyes de la familia, la ley natural que deriva del orden divino, y al mismo tiempo la rebelión contra el usurpador, el tirano que le impide mantener el respeto a la piedad. Y Creonte que, por el contrario, es quien asegura el orden del Estado frente la anarquía. Gobernar, asegura, es tomar las mejores decisiones y al gobernante justo sólo se le puede obedecer. Ambos se encastillan en sus posiciones, sabiendo que les llevan a la desgracia. Por ello, Sófocles, aunque partidario de la posición de Antígona, presenta un punto intermedio, el de Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona: “No mantengas en ti mismo”, le ruega a su padre, “sólo un punto de vista: el de lo que tú dices y nada más es lo que está bien. No existe ciudad que sea de un solo hombre”. Posición reforzada por el ciego Tiresias que aconseja la prudencia como la mejor posesión del gobernante, al tiempo que le dice a Creonte: “¿Qué prueba de fuerza es matar de nuevo al que está muerto?”. Ni Antígona ni Creonte ceden y si Creonte lo hace es cuando ya no hay remedio. De sus actos se deriva la desgracia, la propia y la de los suyos. “Esta ley prevalecerá: nada extraordinario llega a la vida de los mortales separado de la desgracia”, sentencian los coreutas”.


Creonte: “Al que la ciudad designe se le debe obedecer No hay desgracia mayor que la anarquía: ella destruye las ciudades, conmociona y revuelve las familias; en el combate, rompe las lanzas y promueve las derrotas. En el lado de los vencedores, es la disciplina lo que salva a muchos. Así pues, hemos de dar nuestro brazo a lo establecido con vistas al orden, y, en todo caso, nunca dejar que una mujer nos venza; preferible es —si ha de llegar el caso— caer ante un hombre: que no puedan enrostrarnos ser más débiles que mujeres”.

Antígona: “… sin lecho nupcial, sin canto de bodas, sin haber tomado parte en el matrimonio ni en la crianza de hijos, sino que, de este modo, abandonada por los amigos, infeliz, me dirijo viva hacia el sepulcro de los muertos… Porque con mi piedad he adquirido fama de impía”.

Tiresias: “La ciudad sufre estas cosas a causa de tu decisión. Nuestros altares públicos y privados, todos ellos, están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado hijo de Edipo que yace muerto. Y por ello los dioses no aceptan ya de nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de víctimas; y los pájaros no hacen ya resonar sus cantos favorables por haber devorado grasa de sangre de un cadáver”.

Mensajero “Hazte muy rico en tu casa, si quieres, y vive con el boato de un rey, que, si de ello está ausente el gozo, no le compraría yo a este hombre todo lo demás por la sombra del humo, en lugar de la alegría”.

Esto dice Steven Pinker en La tabla rasa:

“En su libro Antígonas, el crítico literario George Steiner demostraba que la leyenda de Antígona ocupa un lugar singular en la literatura occidental. Antígona era hija de Edipo y Yocasta, pero el hecho de que su padre fuera su hermano y que su hermana fuera su madre fue sólo el principio de sus desdichas familiares. Desafiando al rey Creonte, enterró a su hermano asesinado Polinices, y cuando el rey lo descubrió, ordenó que la enterraran viva. Ella se suicidó y así engañó al rey, por lo que el hijo del rey, que estaba locamente enamorado de ella y no podía alcanzar su perdón, se suicidó sobre su tumba. Steiner señala que Antígona se considera ampliamente «no sólo la mejor tragedia griega, sino una obra de arte que se acerca a la perfección más que cualquier otra que haya producido el espíritu humano». Se ha representado durante más de dos mil años y ha inspirado innumerables versiones y variaciones. Steiner explica su resonancia permanente”:


Creo que sólo se le ha dado a un texto literario poder expresar todas las constantes principales del conflicto de la condición del hombre. Cinco son estas constantes: la confrontación entre hombres y mujeres; entre viejos y jóvenes; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y dios (o dioses). Los conflictos que surgen de estos cinco órdenes de confrontación no son superables. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, el individuo y la comunidad o el Estado, los vivos y los muertos, los mortales y los inmortales se definen a sí mismos en el proceso conflictivo de definirse mutuamente […] Los mitos griegos encarnan determinadas confrontaciones biológicas y sociales básicas y las autopercepciones de la historia del hombre, por esto perduran como legado vivo en la memoria y el reconocimiento colectivos.

No hay comentarios: