En el mundo
finisecular germano de la Viena del XIX, una práctica y una creencia se
cruzan, el “nihilismo terapéutico” y la idea de que la ciencia solo produce
certezas. Las eminencias de entonces, por ejemplo Jean Martin Charcot en la Salpêtrière o
los imponentes sabios del Hospital General de Viena, estaban más interesadas en describir
y comprender las enfermedades, que daban a conocer en conferencias in situ para periodistas y hombres cultos del momento, delante de sus enfermos, que en priorizar la búsqueda de terapias. Pensaban que era mejor dejar que el
cuerpo se recuperase solo o a través de dietas apropiadas. Por otro lado creían
firmemente en el poder de la ciencia que emergía de sus
descubrimientos basados en la razón y la experiencia médica, que ponían en
práctica sin miedo al error. Visto en la distancia, cabe pensar en las consecuencias de estas prácticas inhumanas en el siglo siguiente.
En ese
contexto Freud trató a una de sus primeras pacientes, Emma Eckstein, aquejada de
una serie de síntomas, entre ellos depresión premenstrual, que asoció a la
histeria, el nombre de entonces para la neurosis. Le diagnosticó un "reflejo
de neurosis nasal", por lo que la puso en manos de su amigo Wilhelm Fliess, otorrinolaringólogo
que había elaborado un modelo que unía las patologías de la nariz con los
ritmos mensuales uterinos, para que la sometiera a una cirugía nasal, con
anestesia parcial con cocaína, que habría de suprimir unos supuestos "nervios
sexuales en la nariz". La operación fue un desastre, Fliess se dejó un trozo
de gasa en la cavidad nasal, la paciente sufrió terribles infecciones,
abundantes hemorragias y dolor intenso y dejó secuelas de las que Emma no se
recuperó en vida. Ninguno de los dos se disculpó. Emma nunca se quejó e incluso llegó a ejercer como
psicoanalista, la primera mujer psicanalista. Pasó sus últimos años encamada y rodeada de libros. Freud nunca
culpó a Fliess, hechizado como estaba por la fe de su amigo en una ciencia sin errores y
sus ideas sobre la bisexualidad y los ciclos sexuales, al contrario, obtuvo importantes
réditos teóricos de su trabada amistad que duró quince años, aunque acabó en
violenta disputa, en el lago de Achen, por un supuesto plagio de las ideas de Fliess en Sexo y
carácter, a las que Otto Weininger había llegado por Freud. Fliess siguió creyendo
en la certeza de la ciencia, Freud, en combate consigo mismo y con
las ideas y prácticas de Fliess, maduró y dio pasos hacia la terapia
psicoanalítica, comparando su combate con el de Jacob y el ángel.
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