Hay que
agradecer a Tarantino, de quien alguien decía estos días que es el mejor directordel mundo, su voluntad de remover las estancadas aguas del cine comercial.
Desde que asomó su ancha frente y su encogido mentón por vez primera, en 1992,
con Reservoir Dogs, siempre ha sorprendido y a algunos escandalizado por
su sentido del espectáculo, por ir más lejos que nadie en la construcción de
personajes populares, de tramas sencillas pero sorprendentes, de efusión de
violencia y sangre. Sus películas no son tratados de filosofía, ni metáforas
que requieran sesudas interpretaciones sobre el mundo cambiante, ni fábulas
morales, sólo cine, pero un cine divertido, lleno de emoción, susto y aventura,
como en el viejo cine de Hollywood, el más popular, el que llevaba a las salas multitudes.
También en
su octava película, de ahí el título, Los odiosos ocho, una del oeste, hay
todo eso, personajes malvados, algunos menos malos que obtienen nuestra
simpatía, mucho parloteo hasta que alguien empieza a disparar y entonces ya no
se para, agujeros en el pecho, cabezas destrozadas, brazos arrancados, rostros
sucios y feos, sin que uno pueda encontrar similitudes con la vida real, y un
estilo propio, aquello que distingue a Tarantino, mucha luz, aquí un paisaje
invernal aplastado por la nieve y una ventisca que es como la música de fondo
que puntúa la trama, planos largos que se demoran en conversaciones en
apariencia insustanciales, pero llenas de colorido, una lentitud que puede
exasperar a algunos, prólogo de la explosión violenta que dura tanto o más que
su preparación. Si el guión está al servicio del espectáculo, los actores
construyen personajes sin dobleces, de una pieza, malencarados o sibilinos,
brutos, jactanciosos, todo exterioridad, como recortables salidos de una
ilustración infantil, como esa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) que en un
mundo de hombres tiene que demostrar que es la más mala y que, a cambio, sale
más fea que todos ellos, con el ojos amoratado toda la película y con kilos de
salsa de tomate que le van cayendo encima en las tres horas de proyección
Hay que ir
al cine y disfrutar como niños, esta película no se puede ver en pantalla
pequeña, en casa, sino en la compañía de la sala a oscuras, atento a las reacciones
de los demás espectadores. Para que el espectáculo sea más grande, Tarantino ha
rodado esta vez en el olvidado formato de los 70 mm, aquel del spaghetti
western a quien The Hateful Eight rinde un homenaje.
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