domingo, 8 de noviembre de 2015

Sensualidad y entusiasmo




            La mejor manera de saber si la cosa funciona es ver el contento de los músicos. Se ve que disfrutan cuando acarician su instrumento, cuando con rápidas miradas transmiten su felicidad a sus compañeros. Eso pasa al público de inmediato, que no sólo ve con sus ojos y boca, también con el cuerpo, en el que va prendiendo la alegría. Y qué otra cosa se pide al arte cuando aparece sino alegría y contento. Claro, también cuenta Vivaldi y la saltarina mandolina de Avi Avital y el concierto de sus  doce compañeros de la Orquesta Barroca de Venecia. Pero con ser hermosas las piezas, los conciertos para laúd y mandolina de Vivaldi y de Paisiello, la Follia de Geminiani o la extraordinaria versión del Verano de Las cuatro Estaciones, el acontecimiento está en la música, sin decorados, sin amaneramientos, sin protagonismos, sólo sonido, timbres, armonía y oído. Entonces se abren, se despliegan los sentidos, se oye con los ojos, se ve con los oídos, el olfato toma el lugar del tacto, el patio del Cordón entero, el público, vibra al unísono, el entusiasmo va del estrado a la platea y del público a los intérpretes. La sala se carga de sensualidad, los que están al lado son extensiones de uno mismo, se busca en su mirada el calor, la vibración en su cuerpo.

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