lunes, 9 de noviembre de 2015

Borgen en el Pati del Tarongers


            En Borgen, una serie danesa de éxito internacional, los dos grandes partidos tradicionales, el laborista y el conservador, se disputan el poder en las elecciones. Pero, gracias a la coyuntura, el pequeño Partido Moderado, de centro, tiene la ocasión de acceder a la presidencia del gobierno. En los primeros capítulos vemos las intrigas para formar coalición tras las elecciones. La serie nos relata aquello que no se ve en los telediarios, también lo que se ve y se edita, la descarnada lucha por el poder, los golpes bajos, los trapicheos, las pequeñas conspiraciones. A pesar de ello, o como consecuencia de ello, el país funciona y mejora paulatinamente.

            En España, vivimos una coyuntura semejante. Los jóvenes partidos podrían arrebatar el poder a los viejos partidos clientelares y corruptos o al menos condicionar su gobierno. Los ciudadanos tienen la ocasión de empujar en esa dirección.

            Asistimos a un cambio generacional: las caras de los partidos se han rejuvenecido, aunque lo viejo se resiste a desaparecer. En la política, en la empresa, en el periodismo. Más que el eje izquierda / derecha lo que se enfrenta parece ser juventud contra senectud. Rivera frente a Rajoy, Carlos Alsina contra Carlos Herrera, Pablo Isla frente a la saga Botín. No parece que la realidad valide el viejo adagio que asegura que la sabiduría reside en la vejez. La sabiduría no puede ser llevada en andas por la corrupción y la incapacidad.

            La clase media española no ha alcanzado la autonomía madura de la danesa, ni la supuesta edad de oro de la ciudadanía en tiempos de la Pax Augusta, ni la autoconciencia ilustrada de los conjurados de Filadelfia en 1776, pero está empezando a parecérseles, a pesar de la crisis o quizá gracias a ella. No tenemos guionistas, actores y productores tan capaces y chispeantes como los herederos televisivos de Dogma, pero estamos en camino para dar el salto de Isabel y Carlos a un posible Aznar en Iraq o Artur en Catmelot. Nunca hemos hablado de política con tanta pasión, y moderación. 

            Del casposo J. J. Vázquez, apenas rescatado de las pútridas humedades del franquismo sociológico por un perfume de baratillo, hasta Iñaqui López y sus ademanes de ministro baptista algo hemos avanzado, aunque solo sea entretener a hombres ociosos como solo se hacía con las mujeres hasta ahora. ¡Vivan las cuotas! No es mucho, pero si la política se convierte en espectáculo cotidiano quiere decir que hemos superado la larguísima etapa de la herrumbrosa España: gritos, violencia y guerra, una por generación. Sólo quedaría la amenaza de desgarrón en el invertido triángulo del noreste, aunque todo parece que será un desgarrón chusco, el que va de las musas de las tablas a las avenidas y territorio convertidos en plató de TV3 para representar el más tosco de los sainetes. Hasta el asunto catalán cabe en una mesa camilla.

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