viernes, 13 de noviembre de 2015

Marco Aurelio. La miseria de la filosofía, de Augusto Fraschetti


            Lo habitual cuando un historiador se enfrenta a la biografía de un gran hombre de la historia es verlo con ojos tan claros y admirados que termine construyendo una hagiografía. No es el caso del Marco Aurelio de Augusto Fraschetti, que no sólo intenta desmontar el mito construido en torno al benéfico emperador sino que también hace lo posible por disminuir su figura como filósofo. Tras leer este volumen póstumo del historiador italiano la impresión que queda es que está elaborado bajo una fuerte inquina y que la causa de tal animadversión es la posición del emperador ante el cristianismo. Como Marco Aurelio, en general, ha tenido muy buena prensa, buena historia, cabría decir, Fraschetti arremete contra todo aquel que le haya elogiado, tal el caso de Ernest Renan, que hablaba de “La época más feliz del mundo antiguo”.

            La visión de Fraschetti sobre Marco Aurelio es negativa en todo. Lo tacha de miope con respecto al cristianismo, de hipócrita en cuanto a los que predicaba y lo que practicaba, de poco profesional porque no se interesaba por el mundo que le rodeaba, de diletante por dedicarse a extenuantes disputas filosóficas con amigos complacientes.

            Así, sería inútil buscar en el largo reinado del emperador-filósofo (161-180) cualquier empresa notable o una victoria definitiva contra los bárbaros en los frentes del Rin y del Danubio. No creo ninguna institución nueva capaz de contener la crisis que ya afectaba al Imperio. Había una escisión profunda entre el Marco Aurelio emperador y el Marco Aurelio filósofo. De sus Meditaciones emana un profundísimo pesimismo lo que le invalidaba para solucionar los problemas de su imperio. Exhibe una completa incomprensión respecto a la novedad más significativa de su reino, la difusión del cristianismo que era lo más profundamente revolucionario y no tuvo ni la más mínima piedad hacia los cristianos. Da por válidas las opiniones de un usurpador, Avidio Cassio, quien intentó un golpe de estado, para quien Marco Aurelio, pequeña vieja filósofa, estaba desacreditado ante las legiones.

            A todo ello habría que añadir la amoralidad del emperador-filósofo, la hipocresía en su vida privada que contradecía sus máximas filosóficas, su familismo amoral: rompe con su primera esposa, Ceionia Fabia, para poderse desposar con Faustina, hija del anterior emperador, Antonino Pío. Es insensible al escándalo en torno a la disoluta vida de Faustina para no separarse de ella y de la dote imperial que ella portaba porque de otro modo hubiese tenido que renunciar a su título de Augusto. Entrega a su hija Lucila como dote primero a “su hermano” Elio Vero y luego al anciano general Pompeiano, contre la voluntad de aquella.

            Para Augusto Fraschetti, nada salva la honorabilidad del emperador-filósofo. Da por buenas suposiciones sin ningún tipo de pruebas, como que Marco Aurelio se alegró de la muerte de “su hermano” el coemperador Lucio Vero y de la de su esposa infiel, Faustina, hasta menciona que hubo quien mantuvo que los había envenenado. Tacha de “puro y simple oportunismo” la clemencia de Marco Aurelio con respecto a los hijos de Avidio Cassio, tras su rebelión. Frascheti no se corta: “Avidio Cassio era un general valerosísimo que se enfrentaba a un simple emperador-filósofo, a una pequeña vieja filósofa”. Si Marco Aurelio es tolerante con las impudicias de su esposa es porque Faustina es la dote del imperio que legitima su acceso al trono. Eligiendo a su hijo Cómodo como sucesor rompe con la cadena de elección de “el mejor”, el sistema de imperio adoptivo impuesto desde Nerva por los Antoninos frente al principio dinástico, aunque el propio Fraschetti reconoce que aquel era un sistema que se debía al azar de la coyuntura.

            Cómo explicar entonces que las crónicas de la época hablen tan bien del emperador, que sus contemporáneos deploren su muerte, que los historiadores lo hayan tenido en tan alta estima. Contra el testimonio de la mayoría de sus contemporáneos o la opinión de los historiadores posteriores, Marco Aurelio no le merece ningún respeto, al contrario que su hijo, Cómodo, con graves problemas neuróticos, vilipendiado por la posteridad y con fama de depravado, de quien hace una vindicación política por su pacto con los bárbaros y, sobre todo, por poner fin a la persecución de los cristianos y ponerlos en la corte imperial como administradores. Incluso un episodio como el de los mártires sicilianos que tuvo lugar durante el imperio de Cómodo lo achaca a la política de Marco Aurelio.


            Es difícil de aceptar la posición de Augusto Fraschetti. Marco Cornelio Frontón, tutor asignado a Marco Aurelio por el emperador Adriano, en su correspondencia lo califica de inteligente, centrado y trabajador. Fraschetti no menciona las reformas legislativas a favor de los esclavos, las viudas y los menores de edad. Las persecuciones de los cristianos no fueron diferentes de la época de Trajano, salvo el episodio de Lyon, cuando como consecuencia de una revuelta popular hubo una matanza de cristianos. Hasta los cristianos de la época lo consideraron como el más filántropo de los emperadores. Las Meditaciones está considerado como una meditación filosófica personal, escrita durante sus campañas militares y sin ánimo de ser publicado. La mayoría de los historiadores considera que la muerte de Marco Aurelio puso fin al largo periodo de Pax Romana.

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