
Hay un
ligero hilo conductor que va del sueño romántico de un posadolescente, venido
de las brumosas tierras altas escocesas, hacia la joven emigrante Ros Ross que con
su padre inicia una nueva vida en la virgen llanura americana. Huyen del
homicidio de un hombre, un pariente de Jay, el protagonista, en la misma
Escocia que todos abandonan. En América, como consecuencia, están en busca y
captura, vivos o muertos. Un puñado de pistoleros les persigue para cobrar un
jugoso rescate. Jay les sirve de cebo. Pero es un hilo tenue que apenas teje la
sucesión de escenas.
Como en el
cine del género western, los actores, que también tienen una secuencia donde
imponerse, devienen caricaturas de personajes de una pieza, su evolución es
mínima.
Si acaso,
rescataría una frase de Ros, la chica, que, ante su enamorado desfalleciente, Jay,
en la penúltima secuencia, pronuncia con tanta pena como ironía: “Tenía el
corazón en el lugar equivocado”. Para ver lo que eso significa hay que ir a ver
la peli.
Aún así, si
uno ve la peli como los cuadros de un museo, paseando por ella, deteniéndose en
alguna de las sucesivas escenas, puede que disfrute y sienta que la excursión
no ha sido en balde después de todo. Y aún pensará, seguro que vale más que la
mayoría de lo que se estrena, más que cualquier cosa que echen por la tele, más
que todos los paseos para ver en tiendas la nueva temporada.
El
posmodernismo es un lenguaje hace tiempo caducado, pero las flores de plástico,
producen, en ocasiones, un bonito efecto.
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