domingo, 13 de septiembre de 2015

Perú. 09. Cuzco


       
             Desde el Altiplano, por la vertiente oriental de los Andes, se baja siguiendo el curso del Vilcanota, atravesando algunas ciudades que fuimos visitado como Raqchi o Andahuaylillas, precipitando su curso cuando llega al gran valle donde toma el nombre de Urubamba. Con ese nombre pasará por Aguas Calientes, bajo el parque del Machupicchu, atravesará la cordillera de Vilcabamba y llegará por fin a la selva amazónica donde pierde de nuevo el nombre para tomar el de Ucayali, parte ya de la corriente principal del Amazonas. El Urubamba fue abriendo un gran valle, que los incas denominaron Valle Sagrado, donde situaron el centro de su imperio y su capital, Cuzco. Aunque no es el propio Urubamba quien riega la ciudad sino un modesto afluente, el Huatanay. Cuando se sigue el curso del río llegando a la ciudad, junto a la carretera, se pueden ver las monumentales puertas que los incas construyeron.


            Cuzco podría pasar por una ciudad española del sur, de Extremadura o Andalucía, aunque los peruanos, por su riqueza monumental, prefieren llamarla la nueva Roma. La plaza de Armas es tan grande como bella, ceñida por una gran catedral y unas cuantas iglesias, entre ellas la de la Compañía de Jesús, abierta a calles llenas de agencias turísticas y boutiques, que llevan a otras plazas y barrios, algunos tan castizos como el de San Francisco o el de San Blas. Una ciudad viva tomada casi cada hora por manifestaciones de protesta o desfiles festivos.


            La catedral es tan grande o más que la de Sevilla, pues la autoridad religiosa no se conformó con las tres naves convencionales, sino que quiso añadirle una gran iglesia previamente construida, la Iglesia del Triunfo, que fue en realidad la primera catedral de Cuzco, que había sido levantada sobre el inca palacio Viracocha. La catedral creció sobre un anterior santuario del cóndor y con bloques de granito rojo que se traían desde el cercano complejo de Sacsayhuaman. La riqueza colonial se exhibe en sus numerosos altares, retablos, santería, orfebrería y pintura platerescos y barrocos. La imagen más venerada por los cusqueños es la del Señor de los Temblores, un Cristo negro que según una leyenda les salvó de perecer en uno de los más fuertes terremotos. 


            Tras cada observación, tras cada mirada, debíamos asentir, admirar, quizá hasta aplaudir. El guía, un hombre atildado, de tez blanca, cuyo nombre no recuerdo, aunque sí que no cuadraba con su aspecto y ademán, de esos que en América dependen del azar del calendario, nos explicaba las maravillas del Coricancha (“templo dorado”), el mayor de los templos incas dedicados al sol (Inti), con los muros en su tiempo cubiertos de láminas de oro, sobre cuyos despojos los dominicos habían levantado un lujoso convento renacentista, con un gran claustro, bellas pinturas del barroco cusqueño y un lujo propio de conquistadores. El guía, que no debía estar contento con el trato económico al que habíamos llegado, miraba a un lado y a otro para ver si conseguía nuevos clientes, y así fue como nos juntamos con una pareja de jóvenes brasileños, mientras iba explicando los detalles del labrado de las piedras, la maravilla de los catorce ángulos que exhibía una de ellas, los salientes de algunos sillares, cuyo significado variaba con cada uno de los guías, pero a mí la vista me resbalaba por los grandes sillares grises y se me iba hacia el claustro y hacia las pinturas de sus paredes. En todo caso, la superposición no de dos estilos sino de dos civilizaciones diferentes, la inca y la cristiana, una en los fundamentos del edificio, otra por encima y en la decoración, era tan extraño, tan difícil de ensamblar que no producía efecto alguno, no se veía sorpresa, pasmo o incomprensión en las masas de turistas que seguían a su guía, sólo el asentimiento del rebaño ante el buen pastor.


            Un resumen de la historia de esta tierra lo podemos encontrar en el Museo del Inka, situado en una casona colonial, más didáctico que valioso, más interesantes las maquetas de los grandes centros incaicos que las colecciones de piezas arqueológicas, cerámicas, textiles, de orfebrería, objetos utilizados en ritos ceremoniales o momias.



            La monumentalidad inca en la ciudad y alrededores es inabarcable si uno no dispone de todo el tiempo del mundo, así que a pesar de pasar cuatro noches en la ciudad, una con su día atormentado por el mal que provoca la venganza de Atahualpa, la mayor parte de las cosas interesantes quedaron para otra ocasión, entre ellas lo que toda gran ciudad exige, que se le pasee con morosa atención, cosa que no hicimos pues andábamos precipitados por tanta cosa como queríamos ver.

No hay comentarios: