sábado, 12 de septiembre de 2015

Perú. 08. De Puno a Cuzco

             
            Temprano salimos de Puno en otro bus turístico con la promesa de visitar importantes centros arqueológicos por el camino, las ruinas y el museo de Pucará, el templo de Virakocha, en Raqchi, así como una de las más extraordinarias iglesias barrocas, la de Andahuaylillas. A medio camino llegaremos a otro de los puntos altos del viaje, la Raya a 4.400 metros de altura.


            Ascendiendo sobre una empinada ladera, contemplamos desde lo alto la ciudad y el lago que dejamos atrás. Como en todas las ciudades, los barrios de la periferia son un conglomerado de casas a medio construir, sin embargo, no deja de sorprenderme la vitalidad que encuentro en cada pequeño rincón de este país. Miles de personas dedicadas a buscarse la vida con pequeñísimas empresas. Motos, sidecares, coches pequeños y grandes dedicados al negocio del taxi o del transporte; pequeñas tiendecillas en cualquier rincón de la carretera; paradas minúsculas en las calles, en las esquinas, en la carretera, dedicadas a dar de comer a sus clientes y por supuesto innumerables agencias, guías cualificados y sin cualificar dedicados a atender al turismo. Perú está en ebullición. El guía de este viaje, cuyo nombre he olvidado, es un hombre joven y comedido, profesional, frente a lo que se gasta por estos pagos.


            Pucará es una de las culturas anteriores a los incas, cercana al lago Titicaca. Aprendieron a cultivar en los terrenos inundables del lago Titicaca, a establecer cultivos en niveles separados por la altura y a domesticar la alpaca para tejer con su lana. Junto a la ciudad de Pucará (fortaleza) está el complejo arqueológico de Kalasaya, del 200 ac, con un centro ceremonial, administrativo y religioso, una plaza, una necrópolis subterránea y un templo que los jesuitas transformaron en iglesia antes de construir la catedral de la ciudad, para la que se llevaron las piedras del complejo. La cultura Pucará construía pirámides truncadas escalonadas a modo de terrazas. En el museo guardan una valiosa chacana, la cruz que luego tomaron como suya los incas, una representación de la Cruz del Sur.


            En La Raya con hermosas vistas sobre el nevado del Chimboya, en la cordillera central de los Andes, que separa los departamentos de Puno y Cuzco, en un mercadillo, compro unos bonitos jerseys de alpaca para mis dos recientes nietecillos.


             En Raqchi, antes de enfrentarnos al monumental conjunto arqueológico inca, almorzamos a base de bufé, acompañado, en lugar de la habitual cerveza, por infusión de maña, un descubrimiento para mis problemas digestivos. Nos sorprenden las grandes paredes de adobe, que fueron altos muros, de entre 18 y 20 metros, del templo de Viracocha, las columnas que soportaban la techumbre, las dimensiones. Más allá del templo, en buen estado de conservación se ven almacenes o colcas de planta circular, donde se guardaba maíz, quinua, papa, chuño, pescado seco o carne seca de alpaca, edificios administrativos, casas de la nobleza. Por este lugar pasaba el Camino Inca que unía Pasco, en Colombia, con Tucumánn en Argentina, pasando por las poblaciones más importantes del Perú y la Bolivia incaicos.


            Pero lo más sorprendente del viaje lo vamos a encontrar en el interior de la iglesia jesuítica de San Pedro de Andahuaylillas. No en vano le conceden el título de Capilla Sixtina andina. Fue construida a comienzos del XVII y todo en ella llama la atención, el artesonado de madera de influencia mudéjar, las pinturas de las paredes, algunas frescos de estilo naif y otras del más puro barroco enmarcadas en molduras de madera de cedro y pan de oro, dos órganos pintados, los más antiguos de América, el arco triunfal que separa el altar de la nave principal. La ruta del barroco andino se continúa en Canincunca, Huaro y Cusco.



            Viendo los destellos de este joyero que es Andahuaylillas, la labor de los artesanos y artistas que trabajaron en esta maravilla, cabe preguntarse sobre qué es arte y qué no lo es. Admiramos la hercúlea obra de los incas arrastrando enormes bloques de piedra a kilómetros de distancia, salvando pendientes imposibles para llevarlos a lo más alto de los colosos andinos, el trabajo de sus canteros puliéndolas, sus edificios, sus terrazas, que se repiten en diferentes complejos con pocas variaciones, y luego vemos esta obra tan diferente, donde hay tradición y novedad, aprendizaje y creación.


            Llegamos a la estación de Cusco, cogemos un taxi para que nos lleve al centro.  Deberíamos atravesar la Plaza de Armas para llegar al barrio de Santa Catalina, pero una procesión nos lo impide. Con las mochilas a cuestas y maletas rodando llegamos hasta la Posada del Viajero.

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