sábado, 19 de septiembre de 2015

Perú. 13. Valle Sagrado



            En Cuzco, la Posada del Viajero no convencía a María, tampoco a Rosa, habitaciones y baño sin ventilación, humedad, ruido. Así que Rosa se encargó de buscar otro acomodo en un nuevo hotel, Las 7 Ventanas. Tras descansar por fin aceptablemente, el taxi nos esperaba, a las 6,30, al pie del hotel.

            -Kennedy, llamadme Kennedy –nos dijo el taxista que había contratado para nosotros Hilaria. Un hombre latizo, serio, profesional, el más profesional de los muchos que nos guiaron a lo largo del viaje. En esta ocasión vamos a recorrer el extenso valle sagrado de los incas, la almendra del Perú precolombino. El paisaje, regado por el Urubamba, una gran caldera entre montañas y riscos.


            De camino hacia la primera parada, pasamos por campos donde se cultiva el cereal, un terreno ligeramente ondulado, que debió sorprender a los conquistadores porque se asemeja a algunas zonas de Castilla. Subiendo por una de las laderas del Valle se llega hasta Pisaq, un gran laboratorio en el que los incas experimentaban con los microclimas que se generan en las terrazas superpuestas en las pendientes de los cerros. El estudio del clima y la conducción del agua permitió crear infinitas variedades de papas, maíz, quinua. En uno de los cerros, de forma piramidal, está la ciudadela inca, casi intacta salvo por los perdidos techos de paja, desde la que se controlaba todo el complejo. Para llegar hasta ella hay que ascender muy lentamente porque cualquier sobreesfuerzo se paga con un sobresalto pulmonar.  Callejeando nos topamos con dos amigos valencianos que nos cuentan su ingrata experiencia en Amantani, la isla del Titicaca donde pernoctaron pero apenas durmieron por el malestar ocasionado por el mucho frío y el dolor de cabeza por el mal de altura.  En otro de los cerros, en una pared vertical, se ven los huecos donde enterraban a sus muertos y abajo, en  el fondo del valle, aparece la ciudad colonial.

            Bajando de Pisaq, atravesamos un pueblo con pequeños hornos a los lados de la carretera donde están preparando el cuy, un pequeño mamífero entre el cochinillo y el conejo al que ensartan en un palo para asarlo. Pero es demasiado pronto para degustarlo, tampoco María y Rosa son muy partidarias.


            Después de Pisaq, Chinchero, una de las ciudades más bonitas del Valle, donde la mezcla entre lo inca y lo colonial está más presente. También fue un centro agrícola, con una gran plaza ceremonial y mercantil, levantada sobre un cerro desmochado, junto a la que los españoles, sobre las ruinas de un palacio, levantaron la bonita iglesia de Nuestra Señora de Monserrat. Dentro, el cura sermonea en quechua a los files congregados. Las hechuras barrocas del interior conjugan armoniosamente con la pintura de la escuela cuzqueña. Las paredes encaladas, en el exterior, se sobreponen a los grises sillares montados sin argamasa por los incas.


           En las laderas que bajan hacia el valle el pueblo ha crecido con callejuelas andaluzas o extremeña hoy dedicadas al turismo hasta desembocar un gran mercado al que los habitantes de las montañas bajan para ofrecer sus productos artesanos, vestidos al modo quechua tradicional. Un gozo para la vista las paradas de fruta, los productos textiles, la marroquinería, la alfarería, el colorido de los trajes, la simpatía de las mujeres.


            Maras fue otro centro de agricultura experimental. Aquí los andenes son bellamente circulares, como en una plaza de toros invertida, con gradas decrecientes hacia abajo, abismándose en el pequeño albero central, cada terraza afirmada con muros de piedra por los que va cayendo el agua conducida por pequeños canales, generando gran cantidad de microclimas.


            Salinas. Aquí las terrazas son pequeños círculos blancos donde al agua salina se ha puesto a secar.


            La guinda del día y una de las cimas del viaje es Ollantaytambo, otro formidable centro inca, al final del Valle Sagrado, cerca ya del Machu Picchu. Es ya tarde y el sol se abisma tras los picos que rodean la ciudadela inca. Las terrazas se suceden en una pared casi vertical al final de la cual están los distintos centros administrativo, militar y religioso. Los españoles creyeron que era el gran centro del imperio en derrota que buscaban. No supieron ver que era un simple señuelo para que no diesen con su montaña sagrada unos pocos kilómetros más allá.

            No tenemos tiempo para visitar la ciudad colonial, a los pies de la ciudadela inca, pero tiene una pinta impresionante. Se nos escapa de las manos, de la vista, como tantas otras en el vasto Perú. El tren nos espera para acercarnos al ombligo del mundo: el Machu Picchu.


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