jueves, 27 de agosto de 2015

II - Terror. Moscú en 1937



            El mismo día de la convocatoria de las elecciones se emitió una orden del NKVD de Yezhov, la tristemente famosa 00447, en la que para cada nacionalidad, región y territorio se fijaba una cuota de detenciones y fusilamientos de “enemigos del pueblo” a realizar en cuatro meses, aunque se prolongó durante quince. Para Moscú, por ejemplo, se fijaron 35.000 detenciones y 5.000 fusilamientos, así en números redondos. En Bútovo, a las afueras de Moscú, uno de entre muchos campos de detención y ajusticiamiento, en esos 15 meses, perecieron 20.761 personas, con promedios entre 100 y 160 ejecuciones diarias, a quienes se enterraba en una fosa común. En Bútovo o Kommunarka (6.500 ejecutados), reservado a personas conocidas, ciudades dentro de Moscú, vivían los especialistas en seguridad, los expertos en el arte de matar. En ellos no se condenaba sobre pruebas sino sobre confesiones obtenidas mediante tortura. “Se arrestaba a familias enteras, entre las cuales había mujeres totalmente analfabetas, menores de edad e incluso mujeres embarazadas, y a todos se les fusiló por espías (…), y todo por el mero hecho de que eran de alguna otra nacionalidad”. El 80-85% de las víctimas no estaba afiliada a ningún partido. Entre los ejecutados de Bútovo, había un alto número de creyentes ortodoxos, así como 830 discapacitados y 1160 inválidos a los que se eliminaba para hacer sitio. Hasta los niños de 12 años (“adultos pequeños”) podían ser ejecutados. El record lo ostentó la troika de Omsk que en una sola sesión, la del 10 de octubre de 1937, condenó a 1.301 personas. Ni siquiera el aparato de seguridad del estado (Cheká, OGPU, NKVD) se salvó de la persecución. Los jefes máximos, Yagoda, Yezhov, fueron ejecutados. Entre 1934 y 1940, 241 de los 322 jefes fueron arrestados. Tampoco se salvaron los comunistas extranjeros asilados en Moscú, hacinados en caras habitaciones de hotel o pisos comunitarios. “Y puesto que luchaban desesperadamente para sobrevivir… denunciaban a otros, que, a su vez, denunciaban a otros, creando de ese modo el fantasma de la conspiración internacional, ésa que Stalin y Yezhov necesitaban con tanta urgencia para fundir el vasto país en una compacta amalgama de miedo”. Tras la escabechina de comunistas extranjeros, algunos partidos se tuvieron que disolver, incluido el propio Komintern.

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            El Gran Terror se puso en marcha entre el 2 de julio de 1937 y el 17 noviembre de 1938. Se establecieron cupos por capas sociales, grupos profesionales, sectores económicos y nacionalidades, se estableció la tristemente célebre troika que en cada territorio aplicaba el procedimiento de arrestos, interrogatorios y condenas, deportaciones y ejecuciones en masa. En lo más alto de la pirámide, el comisario de la NKVD, Yezhov y el fiscal Vyshinski confirmaban entre mil y dos mil sentencias cada noche. Un 1,66 % de la población, entre los 16 y los 69 años, fue arrestado y un 0,72 % fue ejecutado, lo que constituía a pesar del exceso de violencia en el que vivía el país desde la revolución “un exceso dentro del exceso” (Alec Nove).

            Tras la muerte de Stalin, en 1953, durante el proceso de desestalinización, se fijaron cifras bastantes plausibles que reflejan la magnitud de la tragedia: en esos dos años, 1937 y 1938, fueron arrestadas 1.575.259 personas, de las cuales 1.344.923 fueron condenadas. 1.006.030 fueron enviadas a prisión o a campos de trabajo y 681 692 fueron ejecutadas. Si a ello se suman las muertes como consecuencia de las condiciones de vida infrahumana en los campos hay que hablar de dos millones de muertes. “El Gran Terror fue, en efecto, una guerra librada contra el propio pueblo”. En las operaciones contra “los elementos antisoviéticos”, la mayoría de las víctimas no provenían de la vieja guardia, personal del establishment político, sino de la gran masa de la población, pertenecientes a todos los estamentos del pueblo, a quien se consideraba “el enemigo interior”. Aunque no sería el Gran Terror (GT) sino la Gran Guerra patria que se iniciaba poco después, y en la que murieron 27 millones de personas, la que asentaría definitivamente al régimen. Para completar el trágico panorama, habría que añadir los 15 millones de muertos caídos entre la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil y los 8 millones de la posterior gran hambruna, durante el proceso de colectivización, que afecto especialmente a Ucrania.



            Identificamos el GT con los tres grandes procesos de 1937 y 1938 y con las sorprendentes confesiones de los líderes del partido caídos en desgracia (Radek, Rykov, Bujarin), pero la mayoría de las víctimas fue gente anónima que nada tenía que ver con el poder. Por qué sucedió el GT, se pregunta Karl Schlögel, no fue una demostración de potencia del sistema totalitario, antes al contrario una muestra de impotencia. El sistema tras las guerras estaba agotado y cundía el miedo entre los dirigentes. Había base para tal miedo, las revueltas de obreros, estudiantes y fieles ortodoxos en 1930, los efectos de la llegada masiva de campesinos a las ciudades como efecto de la colectivización, la mala cosecha de 1936, el hambre, el mercado negro, el odio a los dirigentes. Más de 40 millones fueron afectados por las hambrunas. Solo en 1933 murieron 4 millones de ucranianos, un millón de kazajos y otro millón de caucásicos. La salida ante esta realidad que se quiere ocultar fue una huida hacia delante, el GT. El modo de acabar con los “enemigos internos” fueron los tres grandes procesos contra dirigentes de la vieja guardia a los que se acusaba del precio pagado por la industrialización relámpago. Unos eran juzgados y obligados a confesarse culpables, como Bujarin, otros optaron por suicidarse, como el comisario de la Industria Pesada Orzhonikidze. Entre 1936 y 1938, se produjeron 1690 suicidios (690 en Moscú), entre ellos la mujer de Yezhov, el jefe del NKVD, suicidas a los que se acusa de eludir la investigación mediante ese acto. El Pleno del Comité Central condenó el suicidio como arma del enemigo, “acto hostil al partido, indigno de un militante”. La plaga afectó al NKVD y al propio ejército rojo (782 en 1937 y 832 en 1938) y hasta a los hijos de los padres ejecutados, que estaban recluidos en la prisión infantil del Monasterio de Danilov.

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