martes, 25 de agosto de 2015

I - Utopía. Moscú en 1937

                                                      

            En 1937 se celebraba el 20 aniversario de la Revolución. Se diseñaron imponentes obras de ingeniería y arquitectura, entre las que destacaban el Palacio de los Soviets, la ampliación del metro de Moscú y el canal del Volga-Moscova. Se concibió un gran plan de reurbanización de la capital y una serie de exposiciones, aparte de la participación en las internacionales de París y Nueva York, la más importante la Exposición Agrícola de 1937, sobre 190 hectáreas, como una URSS en miniatura. Paralelamente se celebraron festivales de la juventud, donde desfilaban las llamadas “tribus de Stalin”, y donde los espectadores contemplaban, “orgullosos de la juventud soviética”, los cuerpos sanos y hermosos del hombre nuevo. La ciudad contó con nuevos parques como el Gorki o el Lunapark; el cine, la música, el teatro, la ópera y la danza alcanzaron un nuevo fulgor, siempre y cuando como confesó Eisenstein: “…la misión de un artista no es la obstinada interpretación propia de las cosas, sino la materialización de la opinión o de los acuerdos del Partido”. 1937 fue el año del hombre soviético que realizaba el primer vuelo sin escalas a través del Polo Norte, entre Rusia y EEUU, que se aventuraba en el Ártico sobre témpanos de hielo a la deriva. Los aviadores eran las estrellas de la época, sobre ellos recaía el nuevo “romanticismo bolchevique”.

            Stalin quiso celebrar a lo grande el aniversario de la revolución. Entre 1934 y 1938 se renovó la totalidad de los dirigentes, de modo que en el año del aniversario, el PC era otro que el de 1917. Diseñó su propia constitución, la más libre y democrática del mundo, que reintegraba los derechos individuales y de las nacionalidades, que preveía elecciones libres y secretas, porque necesitaba fabricar la unidad del pueblo soviético, crear un sentimiento de unidad y pertenencia, conseguir la legitimidad que le faltaba. Sin embargo, como el censo demostró eso no estaba al alcance del partido, por lo que si la realidad no se ajustaba a los deseos habría que reajustarla a la fuerza.


            El 2 de julio de 1937 el Politburó, presidido por Stalin, de acuerdo con la nueva constitución, decidió convocar elecciones generales libres y secretas al Soviet Supremo (Parlamento) de la Unión Soviética en las que cualquiera pudiese presentar su candidatura. Una operación arriesgada, pero que tras la colectivización, la deskulakización y la industrialización de los años anteriores, en la que la sociedad había sido transformada, confiaba en solventar positivamente. Pero pronto a los dirigentes les entró el pánico. Es probable que la sociedad soviética hubiese cambiado desde la época de la revolución, que las clases que se le oponían hubiesen desaparecido en parte, pero todavía había muchos elementos contrarios, militantes de antiguos partidos, bolcheviques y comunistas expulsados del partido (1,5 millones de militantes desde 1922), kulaks que volvían de los campos tras el periodo de castigo, el clero, parte de los intelectuales.

            Un ejemplo de ese miedo fue la no publicación del censo de 1937 en el que se constataba la catástrofe demográfica producida entre 1926 (último censo) y 1937. Se esperaba entre 178 y 180 millones de habitantes, pero en el censo solo constaban 162. Cifras que reflejaban los efectos de la colectivización, las hambrunas y las deportaciones, una sociedad fragmentada, heterogénea, con 1,8 millones de personas en campos y prisiones y 8 millones de desaparecidos. No solo no se publicó el censo, los que lo organizaron fueron ejecutados.


            Al espejismo utópico de las grandes obras le correspondía la réplica de los cristales rotos en esas mismas obras. Quienes construían el canal del Volga-Moscova eran trabajadores esclavos, obligados a construir desde cero sus propios alojamientos en el campo de trabajo (Dmitlag), a temperaturas por debajo de los 300, sin comida a mediodía, chapoteando en el agua, en campos en los que se aplicaba por igual la ciencia y el terror. Los enfermos terminales, por falta de espacio en los hospitales, eran enterrados vivos. Los propios directivos del canal y del Demitlag fueron arrestados y ejecutados en el momento de la inauguración, acusados de pertenecer a una organización contrarrevolucionaria. En el campo, en 1936, llegaron a trabajar 192.034 prisioneros en los que la mortalidad llegó a alcanzar el 10,56%.

No hay comentarios: