
En la
positivista sociedad neoliberal, Han ofrece como alternativa la fuerza o el
valor del Eros, siempre que sepa desprenderse de la sexualidad y de la
pornografía. Así como estas redundan en lo positivo, en el deseo narcisista del
yo que todo lo iguala, pues todo para él son cosas disponibles para el placer
del yo, el Eros acepta la negatividad del otro porque el amor es cosa de dos.
El Eros se vive como acontecimiento, como ruptura, como inicio de algo nuevo,
en lugar de lo aditivo y adictivo de la sociedad digital que es la acumulación
sin descanso de lo mismo. En la hipervigilia digital el exceso de información,
el exceso de positividad, impide las fantasías relativas al otro. Es en esa
crisis de la fantasía donde Han hace residir la actual crisis de la literatura
y el arte, según la cual en los últimos cincuenta años no se ha producido
ningún acontecimiento que merezca tal nombre (Michel Butor). Igualmente la
agonía del Eros (el valor de reconocer al otro) explicaría la despolitización
de la sociedad, incapaz en esta sociedad del enjambre, habitada por hombres
aislados, de formar un “nosotros” con aspiración revolucionaria a una nueva
forma de vida, a una sociedad diferente. Sin Eros no hay pensamiento más allá
de lo aditivo y de lo repetitivo, del ruido que genera el exceso de
información. Por eso Han es enemigo del Big Data, porque la ciencia positiva
guiada por los datos no produce ningún conocimiento o verdad. Según Han, el
pensamiento comenzó por primera vez bajo el impulso del Eros. Sócrates era un
seductor, por eso lo condenaron. Alcibiades cuenta cómo Sócrates lo conmovía y
lo llenaba de inquietud a diferencia de Pericles y de otros políticos, porque
el logos carece de vigor sin el poder del Eros. Sin Eros el pensamiento pierde
toda vitalidad.
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