lunes, 4 de mayo de 2015

Mandariinid (Mandarinas)


            El escenario lo hemos visto otras veces, en la ex Yugoslavia –En tierra de nadie-, en Palestina –Paradise now. Una guerra sin cuartel entre bandos, o bandas, enfrentados de forma salvaje, inhumana. Lo propio de las guerras. En este caso en la región, o nación diferenciada, según el punto de vista, de Abjasia, en Georgia: abjasios contra georgianos más los mercenarios que pululan allí donde hay sangre y dinero fácil. En medio, alguien al margen de la guerra y de los bandos que sin embargo se ve implicado contra su voluntad. En este caso, dos estonios que llegaron a este país antes de que la URSS implosionara, les gustó su tierra –en concreto las mandarinas del título- y cuando estalló el conflicto se quedaron contra toda lógica. Estos individuos, Ivo y Margus, mientras se produce la cosecha de mandarinas, buena y abundante, asisten a una escaramuza entre los dos bandos: hay vehículos destrozados, muertos y un herido, un mercenario checheno proabjasio. Cuando entierran al resto en una fosa común ven que uno de los muertos abre los ojos. Resulta ser un georgiano. El prota de esta historia, Ivo, decide acoger en su pobre casa al herido y al semivivo. Les sana las heridas, les da de comer, les cuida. La situación dramática consiste en presentar a dos hombres violentos, radicalmente enfrentados en un pequeño espacio, la casa del estonio y a este como mediador. Se suceden las escenas de tensión, amenazas y convivencia forzada y de violencia real cuando llegan los compañeros armados buscando enemigos. Como en las otras películas mencionadas la realidad es sustituida por los buenos sentimientos roussonianos: debajo de la coraza agresiva hay hombres deseosos de dejar aflorar su humanidad. También en esta como en las otras el final es semidulce, algo de maldad y otro poco de bondad, pero es esta la que tiene la última palabra, o la última imagen.


            Si nos abstraemos de la idealización roussoniana, la película es notable en su modestia y limpieza narrativa, con los recursos suficientes para mostrarnos un escenario y unos actores creíbles y sobre todo para propagar las buenas ideas y hacer fluir los mejores sentimientos que el espectador espera tras pasar por taquilla.

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