martes, 5 de mayo de 2015

La tierra herida


            Tanto como la Tierra nosotros mismos como especie estamos sometidos a un estrés difícilmente soportable, tanto mayor cuanta más luz se hace en nuestra conciencia. El estrés de la Tierra lo centran los Delibes, padre e hijo, en estos cuatro jinetes del Apocalipsis: explotación excesiva, destrucción y fragmentación de los hábitats, impacto de la invasión de especies exóticas y extinción en cadena por razones varias. El nuestro se debe a la conciencia de fragilidad. Llevamos poco sobre la Tierra en tiempo geológico, unos recién llegados como quien dice. Pero nos hemos abierto paso expulsando de la bañera a buena parte de quienes competían con nosotros por los recursos escasos: todos los demás homínidos, mamíferos de gran tamaño y todas esas especies en peligro de extinción, haciéndonos amos de la Tierra. Poderosos, pero frágiles. Sabemos que nuestra existencia como especie pende de un hilo. Hemos llegado hasta aquí por evolución, somos una especie más. La Tierra no ha estado quieta durante sus cuatro mil quinientos millones de años de existencia, tampoco la vida en sus tres mil millones. El sistema vida/Tierra ha cambiado varias veces a lo largo de su historia: géneros, familias, reinos enteros desaparecieron para dar paso a otros totalmente diferentes. A uno de esos sucesos aluden los Delibes cuando hace mil quinientos millones de años algas y bacterias anaeróbicas que acaparaban el carbono y expulsaban el oxígeno del CO2 llevaron al límite las condiciones de su propia existencia por el exceso de oxígeno liberado, pero permitiendo con ese cambio el surgimiento de un nuevo mundo para la vida, las plantas, los animales, el hombre. Cambios como ese han sucedido varias veces. Creación y destrucción.

            En realidad, cuando lamentamos la extinción de las especies estamos temiendo nuestra propia extinción, la desaparición de la humanidad. Sin embargo, no somos tan frágiles pues hemos llegado hasta aquí y estamos reflexionando sobre todo esto y con ello damos sentido a la Tierra y a la vida, nombrando, explicando, tomando medidas para su conservación, siendo conscientes de que pertenecemos a uno de los ciclos de la historia de la vida. Todavía no sabemos si seremos capaces de romperlo y proseguir nuestra expansión más allá de la Tierra o estamos condenados a dar paso a uno nuevo.

            La cuestión es si la catástrofe está próxima y si somos culpables. Es así como lo plantean muchos ecologistas y los Delibes no son ajenos a esa forma caliente de ver las cosas, aunque Miguel Delibes hijo de vez en cuando trata de enfriarlas. Por ejemplo, cuando señala parte de los factores que podrían intervenir en el cambio climático: actividad del sol, cantidad de polvo interestelar, inclinación del eje de la Tierra y de su posición con respecto al sol, forma de la órbita terrestre, disposición variable de los continentes, actividad volcánica, actividad biológica, corrientes marinas, efecto invernadero. Todo eso y mucho más como para potenciar un factor por encima de los otros. No se puede negar que hay múltiples indicios de que el clima está cambiando y que eso tiene evidentes consecuencias: fenología de árboles y pájaros, aumento de la temperatura, subida del nivel del mar, eventos climáticos extremos, desaparición de los corales, deshielo del permafrost, desertificación, escasez de agua dulce para las necesidades de una población en aumento. Pero ¿debemos culparnos? ¿Todo se debe a nuestra actividad sobre la Tierra? Hay cosas que hacemos mal y que podemos evitar: contaminación química, expulsión excesiva de CO2 a la atmósfera. De hecho ponemos en marcha normativas que intentan solucionar esos problemas como la prohibición del DDT o de los CFC, que han resuelto el deterioro de la capa de ozono, o el protocolo de Kioto para la reducción de gases nocivos o el estudio y preservación de las especies en peligro de extinción. ¿Cuándo la conciencia ecológica ha sido mayor que ahora?


            El libro tiene ya algunos años, del 2005, y padece el mayor defecto de este tipo de ensayos bienintencionados, como reconoce el propio Delibes hijo, hablar de oídas. Aporta pocos datos científicos, falta el detalle, salvo algunos pocos ejemplos, de la investigación y, en el diálogo, prevalece la reflexión ética y la persuasión por encima de la argumentación estadística. Sin embargo, este y otros libros son necesarios como aldabonazo en la conciencia, pero sería bueno separar la ciencia del sentimentalismo naturalista.

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