lunes, 23 de marzo de 2015

La vida a la velocidad de la luz


            ¿Qué es la vida? ¿Cuáles son sus constituyentes básicos? Desde que en abril de 1953 Watson y Crick descubrieran la doble hélice del ADN los laboratorios de biología más que responder a estas preguntas se han dedicado a tratar de entender cómo funciona la célula, la máquina fundamental de la vida, y a intentar reproducir partes de su mecanismo con vistas a crear en el laboratorio una célula ex novo, si es que eso se pudiera. Desde entonces ha habido una carrera para conseguirlo, por el momento con dos grandes hazañas científicas, la secuenciación del genoma humano y el anuncio de la primera célula sintética. En las dos ha participado Craig Venter. En este libro explica cómo se produjo la segunda. El anuncio de que lo había conseguido se hizo en abril del 2010. ¿Qué es lo que su equipo consiguió realmente? Lo que Craig Venter y su equipo hicieron fue secuenciar el genoma de una bacteria, Mycoplasma mycoides (procariota), introducir el cromosoma en la célula de una levadura (eucariota) y desde esta a otra bacteria diferente, Mycoplama capriculom, de modo que se replicase por su cuenta. Lo importante en el caso es la replicación porque esa es la característica más importante de la vida, que los organismos vivos pueden reproducirse. Para verificar que no había errores introdujeron en el genoma sintético marcas de agua –por ejemplo esta frase de James Joyce: “Vivir, equivocarse, caer, triunfar, recrear la vida a partir de la vida”.

           “Habíamos logrado lo que casi quince años antes había sido sólo un sueño disparatado. Empezando con ADN procedente de células, aprendimos cómo leer exactamente la secuencia de ADN. Digitalizamos con éxito la biología al convertir el código químico analógico de cuatro letras (A, T, C, G) en el código digital del ordenador (unos y ceros). Ahora habíamos avanzado con éxito en la otra dirección, empezando con el código digital en el ordenador y recreando la información química de la molécula de ADN, y después a su vez creando células vivas que, a diferencia de cualquiera de las que hubo antes, no tenían historia natural”.

            Para Craig Venter el genoma es el equipo lógico de la vida, el código necesario para crearla. Sin embargo, ¿es suficiente para afirmar que se ha creado vida? Lo que hizo fue insertar ese código en una célula, pero no crear la célula. De momento. Sin embargo las consecuencias de ese logro son inimaginables. Ya se puede alterar genéticamente la E. coli para proporcionar insulina humana, inducir a bacterias a producir coagulación para tratar la hemofilia o fabricar la hormona de crecimiento para tratar el enanismo; obtener plantas resistentes a la sequía, a las plagas, a los herbicidas y a los virus; aumentar el rendimiento y el valor nutritivo de plantas; fabricar plásticos o reducir el uso de fertilizantes basados en combustibles fósiles. Y un sinfín de cosas como alterar genes de animales para mejorar la producción, definir mejor y tratar enfermedades humanas, elaborar sustancias químicas u órganos de cerdos que puedan ser trasplantados y hasta utilizar terapia génica para curar enfermedades. Ha nacido una nueva rama en la que los ingenieros aplican los nuevos conocimientos, la biología sintética.

            Con este logro, queda descartado que la vida dependa de una fuerza vital (vitalismo) o misteriosa o exógena, se trata simplemente un sistema de información. Otra de las cosas que aprendemos en este libro es que los hallazgos científicos no son, o ya no son, fruto del genio de un individuo, como en el pasado un estallido de luz en la mente única de por ejemplo Miguel Ángel, Einstein o Newton, ahora no se logran avances si no es en colaboración con un amplio equipo (48 personas), que a su vez se apoya en el trabajo de equipos de otros laboratorios.

            En los capítulos finales, Craig Venter habla de las posibilidades que se abren a la biología sintética y aparece un mundo de ciencia ficción que sin embargo él y sus colaboradores ya están implementando en Synthetic Genomics, INC, y en el J. Craig Venter Institute. Por ejemplo, la teletransportación biológica con base en la teletransportación cuántica que ya se ha experimentado en 2012, enviando un objeto macroscópico de 100 millones de átomos entre dos puntos distantes. Evidentemente no se trata de transportar un hombre (1032 bits de información) pero sí las instrucciones o el equipo lógico para fabricacarlo (6x109). Las empresas de Venter están creando, por ejemplo, un banco de datos de virus de base para prevenir las evoluciones de los virus y posibles estallidos de pandemias de gripe y poder crear las vacunas cuanto antes. De hecho tienen bancos de simientes víricas que podrían responder en pocas horas ante una emergencia produciendo la vacuna adecuada. “La edad de oro de los antibióticos puede hallarse en su final” por la resistencia que ofrecen los patógenos, así que hay que volver a la época anterior, a la de los fagos (bacteriófagos) que fueron desechados cuando Fleming descubrió la penicilina, una terapia que podrían ser más efectiva y personalizada. Otra posibilidad de ciencia ficción pero que ya está aquí es la de la fabricación biológica a partir de la impresión en 3D. Impresoras de chorro de tinta capaces de convertir información digitalizada en células vivas o incluso en organismos pluricelulares complejos que podrían imprimirse para formar tejidos tridimensionales funcionales.

“La capacidad de imprimir un organismo queda algo distante, pero muy pronto se convertirá en una posibilidad. Nos dirigimos a un mundo sin fronteras en que electrones y ondas electromagnéticas transmitirán información digitalizada aquí allí y a todas partes. Montada sobre estas ondas de información, la vida se desplazará a la velocidad de la luz”.


            Tecnologías que nos servirán para descubrir y analizar a distancia vida en otros planetas y para colonizarlos. Venter confía en que haya vida microbiana en el subsuelo de Marte. Y que misiones futuras al planeta rojo nos lo confirmen.

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