martes, 10 de marzo de 2015

La próxima Edad Media


            “El punto de partida de este libro es el peligro inminente que parece cernirse sobre el conjunto de la especie humana”. Este es el ánimo con el que José David Sacristán de Lama aborda La próxima Edad Media. Pero podemos dejar de contener la respiración porque ya han pasado siete años desde que el libro fue editado. Luego aclara el autor que en realidad no se refiere a la especie sino a la civilización. La que estaría a punto de desmoronarse sería la última de las cinco generaciones culturales que ha vivido el hombre. Tras la sociedad recolectora cazadora anterior al homo sapiens, la sociedad cazadora recolectora avanzada de hace 50.000 años, la sociedad agrícola de hace 10.000 y la del regadío de las civilizaciones urbanas, vendría la nuestra, la generación de la civilización tecnocientífica, la que estaría a punto de descarrilar. ¿Pero en qué consiste el peligro inminente? Aquí reside el problema mayor de este libro que no define con claridad la naturaleza del problema. De forma algo difusa, habla del calentamiento global y de la maldición de Malthus. “Ya es demasiado tarde, porque se ha sobrepasado el umbral crítico de seguridad, y la trampa maltusiana nos atrapa de otro modo: (…) habitamos en un planeta cerrado, de extensión finita, que hemos poblado, forzado y explotado hasta la saturación de sus recursos y de su capacidad de regeneración”. No afina más el autor a la hora de buscar las causas de la catástrofe, se conforma con las grandes frases de la impugnación ideológica. Capitalismo y neoliberalismo, he ahí los culpables.

            A modo de comparación, el autor busca otros periodos históricos con colapsos civilizatorios y los encuentra en el final de Sumer, en los periodos intermedios egipcios, en el colapso maya y en la caída del Imperio Romano que dio origen a la Edad Media, que le sirve de principal ejemplo de comparación. Si el actual agente patógeno se llama capitalismo es evidente que hay que acabar con él. “El cambio no podrá hacerse sin traumatismos, como una simple adaptación. Habría que sufrir los efectos de la demolición del actual sistema económico, aunque fuera más o menos controlada, y eso traería consigo, en el mejor de los casos, una aguda crisis temporal. Teniendo en cuenta el tremendo coste, y que los agentes de la economía tienen intereses propios, sólo en parte dependientes de la política, es imposible que eso se produzca espontáneamente, por convicción. Pero por otra parte, si no se practica esa cirugía, terminará sufriéndose un shock mucho más traumático”. El sistema por sí mismo “no cambiará porque desaparecería, aunque finalmente desaparecerá porque no cambia”. Frase tan del gusto del autor que la repite como un leitmotiv. Así que si no hacemos algo, el siglo XXI será nuestro siglo V.

            ¿Cuáles serán las señales del final de los tiempos? El origen de todos los males estará en la energía: “La pugna por el petróleo promete ser épica”, escribe. Para ser justos hay que volver a advertir que el libro está escrito antes del 2008, antes de la caída de los precios del petróleo y de la explosión del fracking. Los precios crecerán de forma desorbitada, con su correlato, las guerras. A continuación un sálvese quien pueda que hundirá el comercio y la industria, la tecnología decaerá, las migraciones serán enormes, el estado del bienestar allí donde lo hubiere quedará muy mermado, con desabastecimiento de alimentos, cataclismo sanitario y una humanidad envilecida. La consecuencia será el surgimiento de grandes depredadores y su réplica, grupos de autodefensa. El colapso sobrevendrá en cualquier caso, ¿por qué no estamos aterrorizados?, se pregunta el autor.


            ¿Hay solución a tanto mal? “La condición necesaria para salvar el núcleo valioso de la civilización es la autoinmolación de la civilización occidental triunfante, como se sacrifican los restos amortizados de una crisálida”. Y sobre sus ruinas, ¿cómo asegurar una energía suficiente y no contaminante y cómo contener la bomba de la población? Aquí es donde el autor sin nombrarlo recurre a Platón como todos los utopistas: debemos aspirar al ideal de un solo mundo, es decir, un gobierno mundial que dirija la evolución, que atienda a los científicos, que controle las malas tendencias del ser humano, las pasiones (sic), para dar el salto, a través del crecimiento espiritual, al transhumanismo. La utopia pues, precedida de una distopía. 

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