jueves, 12 de marzo de 2015

El cura y los mandarines, de Gregorio Morán


            Paso esta mañana primaveral, intensa y concentrada buceando en el último ¿mamotreto, libraco, ladrillo? De Gregorio Morán, censurado por Planeta y editado por Akal. No es un libro para leer en la cama o recostado en un sofá, es para ponerlo en la mesa con las dos manos ocupadas, la derecha marcando el índice de personajes y la izquierda buscando páginas. He leído el prólogo para enterarme del porqué de la censura, las 14 páginas censuradas dedicadas a los mandarines de la RAE, con especial dedicación a Víctor García de la Concha, el último capítulo sobre los escritores e hijos de escritores en torno a los años finales del XX, el que dedica a la fundación de El País y uno más dedicado a los novísimos. Luego he ido espigando nombres en el índice, escritores que admiro, otros que he leído con disgusto y algunos otros por mera curiosidad. El libro es un libro de chismorreo, centrado en escritores y periodistas, revistas y periódicos y en los mandarines de la cultura en general. Según Yuval Harari, lo que distingue al Homo Sapiens frente a sus hermanos desaparecidos es la capacidad que nos ha dado nuestro lenguaje para el chismorreo, pero que también para la cooperación, lo que nos distingue como especie y en lo que reside nuestro éxito. Gregorio Morán dedica sus 826 páginas al chismorreo del segundo franquismo y de la transición, desde 1962 a 1996. El cura del título se refiere al ex jesuita Jesús Aguirre, que ascendió a Duque de Alba por matrimonio con Cayetana, la duquesa por excelencia, que le sirve para ir enlazando las épocas, pero aunque tuviese en su momento un peso editorial en Taurus, además de académico y comisario de la Expo, es difícil verlo como el mandarín de los mandarines.


            Creo que hay dos defectos en este modo de proceder, al centrarse en anécdotas y juicios sumarios, el autor -parta él prácticamente todo el mundo en la cultura española es un trepa- no tiene en cuenta el contexto y la perspectiva. Como la vida de un hombre no es muy larga, desgraciadamente, aunque sí lo puede parecer tomada de uno en uno, creo que tenemos el derecho a adaptarnos al contexto, a cambiar, a sobrevivir, siempre que a lo largo de nuestra trayectoria mantengamos un cierto grado de integridad. A algunos personajes los desprecia por haber cambiado el nombre, Francisco por Francesc, a otros por haber sido revolucionarios en su juventud y liberales o conservadores en su madurez, a otros por haber abandonado el radicalismo, a otros por ser hijos de figuras del franquismo y haberse aprovechado de ello. Alguna de esas actitudes es censurable porque estaban movidas por el interés personal, pero otras en absoluto porque el cambio significaba claridad, búsqueda de equilibrio y verdad. El otro defecto es el negativismo con que enfoca todos los periodos, lo poco de salvable que ve en nuestra historia, cuando, si se mira con perspectiva, se ve el gran cambio, sin duda a mejor, de la sociedad española, un cambio material pero también moral. Ahora somos más dueños de nuestro destino, hemos aprendido a juzgar, a no dejarnos estafar fácilmente, a protestar razonablemente y eso se lo debemos a muchos de los escritores, periodistas y políticos a los que Gregorio Morán se carga de un plumazo.

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